Los partidos políticos recibieron, a través del Rey, el poder de Franco. Debían entregarlo a los ciudadanos, para instaurar la democracia en España, pero se lo quedaron, de modo que vivimos la continuación de lo que dio en llamarse dictablanda, aunque formalmente se le conoce como democracia.
Sabían lo que hacían, en cuanto pudo Alfonso Guerra lo dejó claro: el que se mueva no sale en la foto. Pero en los tiempos de Guerra aún se movía alguien, aunque no mucho; en los actuales, quien se atreva a mirar a los ojos a Zapatero o Camps, sin tener permiso para ello, puede dar su cargo por perdido. Los partidos han sofisticado mucho sus métodos de control, de tal modo que ya ni siquiera hay prensa libre.
Francisco Álvarez-Cascos hizo lo suyo, cuando tenía el poder entre sus manos, para mejorar el control férreo de los partidos sobre sus afiliados. No se recuerda de aquella época que nadie se atreviera a llevarle la contraria. Su propio aspecto de púgil fajador no daba pie tampoco al atrevimiento. Sus modales bruscos y expeditivos dejan poco margen para la imaginación.
Es decir, los partidos políticos dejan poco margen para la aventura. De ahí las calamidades que padecemos los ciudadanos. No hay nadie que pueda decirle al líder, sea el que sea, que por el camino emprendido se va al abismo, porque lo más probable es que se enfade. De modo que los políticos sensatos, si los hay, sólo pueden asistir en silencio al despeñamiento de los ciudadanos. Porque quienes se despeñan son los ciudadanos.
Y ahora Francisco Álvarez-Cascos se ha empeñado en luchar esa férrea estructura del partido que él mismo diseño o ayudó a diseñar. Y se ha estrellado, claro. Y se queja de que le han llamado sexagenario. Pobre sexagenario.
'Mal consentido' 'Factor Emocional'
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