Pero esta carencia, presumiblemente, no impedirá que en Estados Unidos se siga aplicando la pena de muerte. Hay muchas maneras de matar a la gente. Luego, Obama le puede hablar a Hu Jintao de Derechos Humanos. La primera potencia mundial se resiste a abandonar sus tradiciones más salvajes, como son la pena de muerte y el derecho a llevar armas de fuego.
Realmente, la patria más extensa y más poblada del mundo es la estupidez, y conviene precisar que no es inocua. No importa que sea patente que Estados Unidos esté en franco declive, sus ciudadanos parecen haber perdido la ilusión por hacer un país, y han sustituido esa ilusión por la prepotencia de saberse el país más poderoso del mundo y aunque se haya visto que son poderosos pero no invulnerables se resisten a cambiar el modo de hacer las cosas, prefieren que su país siga dictando el orden del día a los demás. Tampoco les importa saber que sus jueces ya no son el modelo a imitar por los demás jueces del mundo, puesto que se han adocenado, y a menudo corrompido, como en otros lugares. Muchas de las penas, de muerte o no, que dictan los jueces estadounidenses se basan en pruebas amañadas o en falsos testigos; sin embargo, los ciudadanos de ese país siguen estando a favor de la pena de muerte. O sea, de rebajar al Estado al nivel de los asesinos.
Debería surgir alguien, con suficiente autoridad ante el pueblo estadounidense, que le dijera claramente y sin ambages que para evitar el declive es necesario tomar un nuevo rumbo dejando atrás todos los atavismos, que evidentemente ya no sirven, abandonando las anticuadas ideas imperialistas y optar por ideales nuevos y espíritu de colaboración con las naciones democráticas del mundo. La época salvaje ya pasó.
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