sábado, 24 de agosto de 2013

Abusar de los parados

En las circunstancias actuales, y probablemente en cualquier tipo de circunstancia, la inmensa mayoría de los parados no quiere estar en el paro.
El parado se encuentra en una situación indeseada, a la que ha llegado generalmente sin tener culpa y el porvenir le inspira mucho temor.
Si encima el gobierno lo somete a unos controles desconsiderados y humillantes, su situación, además de agobiante, pasa a ser penosa.
Da la impresión de que el ministro de Trabajo es Juan Rosell. Lo último que se podía esperar.
Es correcto que se luche contra el fraude. Incluso contra el fraude que se pueda producir en este sector. Pero habría que hacerlo de uno modo respetuoso con las personas. A los oligarcas que han pillado evadiendo dinero al fisco los han tratado con consideración, no como a los parados.
Un parado no es un sospechoso. Un parado que cobre 30 euros en negro por una chapuza puede que gaste ese dinero comprándole jamón a su hijo. Un empresario que contrate a un parado para pagarle en negro es un sinvergüenza. A éste es al que debería castigar el ministerio y no al parado.
Un trabajador, en activo o en paro, no puede hacerse el duro, ni dárselas de recto, con ningún empresario. Un trabajador en España no es nadie. Ni para un gobierno del PP, ni para un gobierno del PSOE. Zapatero no se ha ido a vivir a un barrio obrero.
El grueso del fraude fiscal, como todo el mundo sabe, incluso el ministro de Hacienda, proviene de las grandes empresas, incluidas las bancarias, y las grades fortunas. Pero este podría ser un terreno minado. Cabe la posibilidad de que todos los grandes defraudadores dispongan de carpetas llenas de informes sobre los demás. Aquí podría tener lugar el tan repetido chiste del dentista. Lo que le ocurre al parado es que no puede ir al dentista.

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