miércoles, 14 de agosto de 2013

De Cameron a Rubalcaba

La norma que rige entre los pobladores de la Pérfida Albión es que con razón o sin ella defienden los intereses de su país. Esto, obviamente, está muy mal. Pero la norma española tampoco es como para echar las campanas al vuelo. Tenga o no tenga razón el gobierno, la oposición está en contra. Y hay otros partidos que tratan de aprovechar la situación. Esto viene siendo así desde los tiempos de Suárez.
Gibraltar es un vestigio del Imperio británico y aunque a los ingleses les cueste caro mantenerlo y ya les sirva para poco prefieren seguir con el anacronismo. Podrían llegar a un acuerdo que beneficiara a todos, incluso a las monas que viven por allí y, por supuesto, a ese Picardo y sus similares. Pero la gente altiva considera que los acuerdos son propios de plebeyos.
Cameron, a falta de un argumento mejor, amenaza a Rajoy: las relaciones entre los dos países pueden deteriorarse. ¿Qué tiene que hacer Rajoy? ¿Soportar que Picardo haga lo que le dé la gana para que no se enfade Cameron?
Una tal Nebrera ha escrito sobre la cuestión, y no da muestras de discurrir muy bien. Cuando se burló del acento de una ministra ya hizo pensar lo mismo. Se conoce que el nacionalismo introduce tal sarta de prejuicios y estupideces en la mente de las personas que luego ya no dan pie con bola.
Gibraltar es una vergüenza para Inglaterra y no merece la pena hacer ningún esfuerzo para reconquistarlo. Es a Inglaterra a quien debe de quemar, también en el bolsillo.
Es también la prueba de que los organismos internacionales no sirven más que para dar colocación a políticos que resultan incómodos en sus países.
Lo que tendría que explicar la Reina y Gobernadora Suprema de la Iglesia de Inglaterra es si piensa que los gibraltareños pueden ir al cielo, porque la relación entre metros cuadrados e ilegalidades que se cometen en ese territorio debe de ser la mayor del mundo. Quizá ella les venda indulgencias.

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