domingo, 27 de septiembre de 2015

Día de la Farsa Catalana

Soy de la opinión, y lo he dicho y escrito muchas veces, de que ningún pueblo, por pequeño que sea, debería estar orgulloso de su pasado, porque todos han cometido atrocidades sin cuento.
El papel de la historia consiste en servir de guía para no repetir errores. Sin embargo, se desdeña esa función y cada cual la interpreta como quiere con fines que, evidentemente, no pueden ser santos. Para los ingleses, por ejemplo, no existe Blas de Lezo.
En el caso de Cataluña, la tergiversación histórica tiene unas dimensiones ciclópeas. Lo propio de los nacionalismos es tratar de engrandecer el ego colectivo, que es un invento nacionalista. Los vascos miran al pasado remotísimo para creerse grandes, cuando no tienen más que ver a Bildu en las instituciones y las pancartas proetarras para tener una medida exacta de cómo son.
Que los nacionalistas catalanes cuenten una historia suya en la que la proporción de los hechos verdaderos con el respecto al total es mínima, demuestra lo poco satisfechos que están con lo suyo. Ese complejo de inferioridad que tienen les produce una insatisfacción permanente, que no hay modo de controlar.
Los catalanes normales viven envueltos en ese clima, lo que conlleva que se hayan tragado más de una bola. Para ellos es dogma de fe que los valencianos hablamos catalán, y si se les dice que el valenciano adquirió la categoría de lengua mucho antes que el lemosín, el mallorquín o el catalán, se ponen hechos una furia.
Esta insatisfacción ha llevado a todos a la infame situación actual, en la que los catalufos (malos catalanes en el sentido estricto del término, porque llevan a Cataluña a la ruina) han convertido unas elecciones autonómicas en una farsa mediante la que se pretende ofender al resto de españoles. Ha contribuido a la farsa alguien a quien se concedió el título de Grande de España, para vergüenza suya si la tuviera.

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