jueves, 6 de septiembre de 2007

Chávez cuida a los venezolanos

Resulta difícil de entender que el dictatorial, ególatra e insultante Hugo Chávez tenga defensores en España. Da a pensar que basta con colgarse la etiqueta de izquierdista o socialista, para obtener la complicidad y la comprensión de buena parte del paisanaje. Eso sí, quienes alaban a Chávez inmediatamente critican o insultan a Aznar y a Bush, personajes en quienes también son claros algunos tintes dictatoriales, pero en los que también es claro que en ningún momento han pretendido perpetuarse en el cargo, dándose el caso además de que Aznar prometió que no estaría más de ocho años en la presidencia del gobierno y lo cumplió y este es un acto total y absolutamente democrático. Bush también sabe que se le acaba. De modo que no se puede acusar a ninguno de los dos de pretender convertirse en dictadores, sino tan solo de haber tomado algunas medidas de forma dictatorial. De todos modos, ni a Aznar ni a Bush los defiende casi nadie hoy en día, por lo que resulta bochornoso que el caudillo venezolano sí tenga valedores. Sus formas de chulo de barrio, sus continuos insultos a Bush, o a EE.UU., y a todo aquel que le lleve la contraria en un punto, sus evidentes deseos de perpetuarse en el poder, su amistad con Fidel Castro, el vergonzoso detalle de que se dejara premiar por Gadaffi, son motivos más que suficientes para desconfiar del personaje. Pero no se detienen ahí las cosas. Trata de inmiscuirse en la política de otros países, subvencionando, con el dinero de los venezolanos, a los partidos que le son afines. Chávez más que intentar elevar el nivel de vida de los venezolanos, practica la compra del voto. Y ahora ha dado una nueva muestra más de que se cree el más perfecto de los seres, capacitado, por tanto, para decir lo que está bien y lo que está mal. En realidad, lo que demuestra es que el poder es castrador. Pretende crear una lista de cien nombres propios, entre los cuales los venezolanos tendrán que elegir el nombre de sus hijos. En lugar de prohibir la imaginación de los padres, podría haber concedido el derecho de defensa de los hijos, permitiéndoles cambiarse el nombre en el caso de que no fuera de su agrado el que les hubieran impuesto.

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