Quien ose poner una paellera al fuego es probable es que reciba una bofetada que le quite cualquier intención de repetir. Y es que una paellera es algo que no existe, pero forzando la imaginación podría ser, como mucho, la señora que guisa la paella. Tampoco existe la palabra paellero. El diccionario de la RACV está a disposición de quien lo quiera comprobar. Se viene utilizando, a falta de una mejor, para designar tanto el lugar hecho ex profeso para guisar paellas, como al señor que la cocina. Y es que la prudencia más elemental invita a no sacar conclusiones a partir de algo que se desconoce. Pero la gente osada desconoce la virtud de la prudencia y si a la osadía se le unen la pereza y el mal gusto, ya tenemos la paellera en danza. En danza y en el DRAE. Todo empieza al pensar que si lo que se está comiendo es paella, la lógica dice que el recipiente en el que se ha guisado no puede sino llamarse paellera. El error consiste en que el plato conocido como paella, en realidad, no tiene nombre. Paella es el vocablo valenciano que designa a la sartén. Ello significa que el equivalente de paellera en castellano es sartenera. Acaso, en tiempos pasados el universal plato valenciano se llamó “arròs en paella” (arroz en sartén) y de ahí pasara a ser conocido simplemente como paella. La cosa funcionó bien, sin equívocos lingüísticos ni culinarios, mientras el plato fue principalmente cosa de valencianos. En la Comunidad Valenciana no es infrecuente que se pida, aunque se esté hablando en castellano, la paella para freír un huevo, unos salmonetes o lo que se tercie. Cuando el plato ha cobrado fama y se ha expandido por el mundo ya no sólo se llama paellera a la paella, sino que se echa tocino, vaca o habas al arroz. Luego, llega un turista a Valencia, le sirven una paella auténtica, de las que harían morirse de gusto a la Narbona o la Salgado, y se queja de que le han timado porque no le han puesto percebes. ¿Y de qué nos hemos de quejar los valencianos?
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