domingo, 23 de septiembre de 2007

Fujimori, en Perú

Los poderosos suelen tener la tentación de pisotear a los humildes, sin tener en cuenta los derechos que también tienen. Algunos no resisten esa tentación. El propio Fujimori quiso participar en la captura de un terrorista. Durante el traslado en avión, lo amenazó con tirarlo al vacío. El preso se asustó tanto que mojó el avión, cosa que debió hacerle mucha gracia al bromista. Lo que se les escapa a los poderosos que ceden a esa tentación es que con su acto renuncian a su dignidad (acaso porque no les interesa tenerla), mientras que sus víctimas pueden conservarla íntegra. El hecho de que algunos poderosos no tengan dignidad no evita, por otro lado, que se vean rodeados de aduladores y de que se les brinden todo tipo de honores. Pero todo eso es ficticio, puesto que cuando se da el caso, ocurre de vez en cuando, que el poderoso deja de serlo suele quedarse absolutamente solo, como bien le ha ocurrido a Fujimori. Sus antiguos amigos, encargados de ejecutar sus órdenes, ahora son sus enemigos, puesto que tratan de descargar toda su responsabilidad en él. Su vuelta a Perú, tras tantos años de fuga, debería ser motivo de reflexión para los peruanos que lo votaron. Si hubiera ganado las elecciones Mario Vargas Llosa, que era su oponente, las cosas no hubieran ido tan mal. La gente incapaz tiene tendencia a utilizar la fuerza. Ese no es el caso de MVLl, que jamás se hubiera convertido en dictador. Fujimori fue un inesperado vencedor de las elecciones y pronto debieron de darse cuenta los peruanos de que se habían equivocado con él. No fue así, sino que además muchos de quienes le eligieron votan hoy a su hija o a Ollanta Humala. Quizá haya en algunos países de América Latina un sentimiento de inferioridad que les lleva a votar a candidatos totalmente inapropiados y perniciosos, como Hugo Chávez, Rafael Correa, o el propio Evo Morales, todos ellos con tendencia a aumentar su poder y la duración de sus mandatos.

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