Leí “Entre una España y la otra” de J.A. Duran y me pareció un hombre sumamente culto, dialogante y alejado de estridencias. Enseguida lo eché de menos en la política española, pero también comprendí que su perfil no se ajusta a lo que es habitual en ese mundo. Se trata de alguien interesado por todo lo que ocurre en el mundo y que además está muy informado. Me extrañó que con un talante tan comedido y bien dispuesto fuera nacionalista y lo achaqué a que a lo que parece en Cataluña hay que serlo, para ser bien visto en ciertos ambientes. El ama profundamente las costumbres, tradiciones y modo de mirar la vida de sus conciudadanos. Ama a Cataluña. Pero para ello no es necesario ser nacionalista. También aman a Cataluña los militantes o votantes de los partidos no nacionalistas. Por otro lado, Duran i Lleida no odia a España, como parece ser el caso de otros. Amar a Cataluña no implica odiar a España, más bien ese odio pone en cuestión el amor preconizado. Quien odia no puede pretender un mundo más justo ni un reparto más equitativo. En lo que respecta a la militancia nacionalista de Duran, ésta podría deberse a que sus postulados políticos, nacionalismo al margen, sólo los defiende Unió Democrática de Catalunya. Supongo que si pudo estar al lado de Pujol es porque quien tomaba las decisiones, llevaba a cabo las políticas y diseñaba las estrategias era éste y no él. En esta vida hay que hacer de tripas corazón muchas veces, andar con remilgos puede conllevar el quedarse solo. Pero ahora le proponen ser candidato, es decir, ha de hacer suyas muchas propuestas que si a Pujol le parecen atractivas y correctas, para él son inaceptables. Y ahora dicen que hecho un daño irreparable a la marca electoral, cuando al decir que no quiere compartir casa con socialistas e independentistas lo que ha hecho introducir la cordura en la política. La irracionalidad es lo que hace un daño irreparable allá en donde se encuentra.
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