Entre otras sandeces del estilo al que nos tiene acostumbrados, Anasagasti dijo que los comentaristas del partido en el que España se proclamó campeona del mundo parecían hijos de Blas Piñar.
Está demostrado que en el tiempo que le deja libre la ardua tarea de peinarse, Anasagasti piensa. Pero sus pensamientos, como es público y notorio, llevan una intención aviesa. Se le atribuye a Amparo Rivelles un comentario que viene que ni pintado para el caso. Estaba bajo las órdenes de un director muy cargante hasta el punto en que ya no pudo más y le dijo: Me está usted jodiendo sin joder, que es lo que más me jode. Resulta curiosa, sin embargo, la fijación de Anasagasti por la ensaimada mallorquina, que es un producto español, siendo su odio a España tan grande. A no ser que incluya a Mallorca dentro de los fantasmagóricos Países Catalanes, en cuyo caso se entiende que haya optado por la ensaimada y no por la butifarra catalana.
Anasagasti es partidario, o al menos mira con simpatía, a esos inexistentes Países Catalanes y también a la no menos inexistente Euskal Herria. Paradójicamente, no disimula su odio a España, que sí es una realidad. Este modo de pensar se enmarca entre las cosas de difícil explicación, salvo que se recurra a las medias verdades, a unos ilusorios tiempos pasados, a dogmas estrafalarios, a odios disfrazados de derechos. Luego se quejará Anasagasti si le atribuyen una mente alambicada, un disimulo jesuita, un contrastado gusto por la insidia. Pero mientras él ha venido tratando de mantener encendida la llama de un nacionalismo tan trasnochado como todos los nacionalismos, que venera además a Sabino Arana, una banda de asesinos, ha abrazado la misma causa, como coartada, para perpetrar sus infames fechorías. Y a Anasagasti no le cae la cara de vergüenza. ¿Por qué será?
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