Al margen de la culpabilidad o inocencia de José Joaquín Ripoll, cosa que decidirá el juez en su momento, lo que se ha puesto de manifiesto en este asunto es que la democracia española ya se ha degradado todo lo que podía. Incluso podría ser que este circo lo hubiera montado la oligárquica cúpula del PP, o la no menos oligárquica del PSOE. El esperpento ha dado lugar a que el propio juez en el que supuestamente se apoyaba la operación policial se haya desentendido de algunas de esas actuaciones.
Ocurrió algo parecido en el caso Gürtel. Es cierto que Francisco Camps, después de que supiera que estaba a partir un piñón con cierto individuo al que quiere, o quería “un huevo” y de la forma infantil en que dio en defenderse, debió dimitir motu proprio o por indicación expresa de la dirección del partido. Pero no es menos cierto que también debieron dimitir los ministros de Justicia y del Interior, habida cuenta de que no consiguieron detener de inmediato las filtraciones del sumario ni descubrir a los culpables de que se produjeran. Estos tipos son listos para unas cosas y tontos para otras.
Tampoco hay que olvidar a Carlos Fabra, que puede que sea inocente, pero es seguro que su permanencia en el cargo no es buena para nadie, salvo para él mismo, y lo más probable es que los dirigentes de su partido desean vivamente que renuncie, pero no se lo pueden decir, por lo que se ve. Ni se puede dejar de tener en cuenta que los componentes del Tribunal Constitucional han pasado a la historia y no con buena nota precisamente. Probablemente, ellos piensan que cuando en los libros de historia figuren como mal ejemplo ya no estarán en este mundo.
Con todas estas cosas juntas, y muchas más que no caben, cabe preguntar a los políticos que a qué esperan para renovar todo el sistema. Interesa una nueva Transición cuanto antes.
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