Jorge Alarte todavía es el secretario general de los socialistas valencianos, cargo que se resiste a abandonar. En el diario Levante-EMV muestra hoy sus oquedades craneanas. Dice cosas, en su escrito, que no son originales, sino que las han dicho antes muchas otras personas, e incluso por él mismo, puesto que no parece saber decir nada más.
Lo que ocurre es que él, como líder de la oposición es cómplice de todo lo que denuncia, puesto que no ha sido capaz de impedir que ocurran todas esas cosas que denuncia. Los políticos de la oposición cobran sus sueldos precisamente para vigilar y evitar que sucedan estas cosas.
Ocurre, en su caso, que su partido hace tiempo que no sabe ilusionar a los valencianos y de eso no habla Alarte. No demuestra ninguna intención de hacer autocrítica, ni tiene ánimos para intentar recuperar la confianza de los valencianos. Lejos de eso, adopta una actitud que puede considerarse un reproche para los votantes, que optan por un partido que, según él, es corrupto.
Los contribuyentes pagamos buenos sueldos a los políticos del gobierno y a los de la oposición, pero el gobierno valenciano gobierna mal y la oposición se opone peor, porque no existe.
Un jefe de la oposición que se precie debe hablar claro a los ciudadanos. Y si ve que no logra su confianza, a pesar de sus esfuerzos, lo que ha de hacer es dejar paso a otros.
Cuando Antonio Asunción se atrevió a asomar la cabeza en el partido se quedó solo. Quienes se acercaban a él ya sabían que se habían ganado la ojeriza de Alarte. Luego, Asunción se enteró de lo que lo que vale un peine, por cuyo motivo ha abandonado el partido. De modo que Alarte no puede presumir de demócrata, puesto que maneja su partido con mano de hierro, ni tampoco puede dar lecciones a nadie, puesto que se aferra a un cargo para el que se ve que no está dotado.
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