domingo, 4 de diciembre de 2011

Aquellos tiempos de Diego Puerta

Una de mis amistades ha sacado a relucir un vídeo que es un reportaje sobre Diego Puerta, fallecido recientemente. Lo veo. Una mole con cuernos se lanza a toda velocidad, una y otra vez, contra un trapo que se mueve. Manejando el trapo, tranquilo, sereno, como si ignorase el peligro, Diego Puerta. La estampa que componen los protagonistas, toro y torero, es bella.
Entre las capacidades humanas está la de convertir en arte casi cualquier cosa. El toreo no cabe duda de que lo es. Los movimientos del torero son casi pasos de ballet, mientras el peligro le ronda. El dominio del torero sobre el toro, también está dentro del arte.
Pero la fiesta de los toros tiene varios enemigos. Uno de ellos es la necesidad del ser humano de considerarse bueno. Esto es imposible, pero más fácil que elevar la autoexigencia es señalar algo como malo y embestirlo. Así pues, se señala como tortura a la fiesta taurina y ya está. Estar en su contra es ser bueno. Más fácil, imposible. Algunos de los que lo hacen luego votan a Amaiur o aplauden a Bildu. Por poner algún ejemplo. También los hay que comen langosta o foie gras.
Pero en los tiempos de Diego Puerta estar en contra de los toros era más difícil. Toreros de entonces eran Antonio Ordóñez, Paco Camino, El Viti, Antonio Bienvenida, etc.
Yo nunca he ido a una corrida, pero sí que recuerdo aquella época. En los periódicos, las páginas taurinas rivalizaban con las deportivas. Los periodistas taurinos solían escribir mejor que los deportivos, disponían de un vocabulario mayor y eran más precisos a la hora de describir los distintos lances del toreo. Los toreros de entonces eran muy admirados y contaban con gran número de seguidores.
Al comparar aquella época con esta se percibe claramente el declive del toreo. Lo que se hace hoy es dar lanzadas a moro muerto. Y tampoco se debería criticar a la fiesta sin haberse documentado antes con la lectura de Tauroética, por ejemplo.

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