domingo, 7 de enero de 2007

El muerto que no estaba muerto

Leer la prensa depara cosas como las que se cuentan en el artículo titulado Ni vivo ni muerto. Estas cosas pueden ocurrir cuando el protagonista se llama Pedro, que no es un nombre raro ni mucho menos, pero tampoco es muy utilizado. Para uno Pedro puede ser alguien muy concreto, mientras que otra persona puede pensar en otro Pedro diferente. Cuestión distinta sería si se llamara Vicente, que por haber tantos la cita obliga a que enseguida se pregunte de qué Vicente se habla, salvo para aquellos que piensan con el estómago, para los cuales, si dependen de algún Vicente, es seguro que no hay otro. Tampoco podría haber ocurrido si se llamara Veremundo. Yo conocí a alguien que se llama, o se llamaba, así. Tiempo después supe que había llegado a alcalde de su pueblo, aunque para entonces ya no utilizaba ese nombre. Sus padres lo habían registrado con dos, quizá para que pudiera elegir y cuando dejó atrás a los profesores, empeñados éstos en utlizar los nombres oficiales, por el orden en el que constan en los documentos, prefirió el segundo nombre. Hay quien, teniendo dos nombres, quiere ser conocido por los dos, y hay quien elige sólo uno. La cuestión es que tampoco parece muy correcto decir Pedro ha muerto, siendo así como hay unos cuántos Pedros por el mundo, aunque sean pocos. Suponer que todos tienen por favorito al mismo Pedro que uno, es suponer demasiado y puede provocar situaciones embarazosas a los demás, como se ha visto. Lo que falta saber ahora es si el tal Pedro habrá sentido alivio al saber que no estaba muerto, o se habrá reído o le habrá dado por montar en cólera. Quizá ni una cosa ni la otra. Sé de alguien que todos los días comienza a leer el diario por las esquelas, para saber si está vivo o muerto. Cuando no se ve en ellas, respira hondo.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Pues yo conozco gente que lee las esquelas para ver si aparecen noticias de alguien conocido...

Anónimo dijo...

En efecto, así es, yo soy uno de ellos, hace 20 años, un anciano catedrático jubilado de la Facultad de Medicina me inculcó la necesidad (por la inevitable vorágine de vida que llevamos, decía)que del hábito diario de leer las esquelas.
Hoy, sin ir más lejos supe por su esquela de la muerte de un buen hombre, científico y creador de empresas, y sin embargo, modesto y frugal.