Vengo diciendo que al ser humano no se le puede medir, salvo que él mismo dé muestras de su propia pequeñez. Esto es lo que viene ocurriendo, más o menos, con Aznar. Es imposible que dé una a derechas, no cabe esperar que reconozca ningún error, ni parece razonable esperar de él que dé su brazo a torcer. Desgraciadamente, tampoco cabe descartar una eventual vuelta suya al mundo de la política. Esto último alegraría mucho a Zapatero y a Pedro J. Al primero para asegurarse la reelección y al segundo, como todo el mundo sabe, para vender más periódicos. En estos últimos tiempos, las apariciones de Aznar ya se toman a chirigota por casi todos. No hay modo de tomarlo en serio. Con tal de quedar bien con Bush, y de obtener beneficios por ello, no le importó actuar en contra de los deseos del pueblo español y con desprecio de las vidas de los iraquíes que iban a sucumbir. Lo de Blair es otra cosa. La relación de Inglaterra con EE. UU. es especial y no añadiré ningún otro calificativo. Si se compara a los dos presidentes de derechas, o de centro, como se auto titulaban, Suárez y Aznar, haciendo excepción de Calvo Sotelo, por lo corto de su mandato y lo excepcional de su situación, nos percatamos inmediatamente de los motivos por los que a uno le resultó imposible mantener el orden en su partido y el otro mantuvo la cohesión en todo momento. También podemos adivinar de inmediato los motivos por los que Suárez es recordado con tanta simpatía y sus colaboradores con bastante menos. Y por que Aznar, y con él su equipo casi sin excepción, es visto cada vez con peores ojos por más gente. Con su achicamiento constante, también achica a los miembros de su gabinete, algunos de los cuales hacen bastantes esfuerzos por su parte en este sentido. La figura de Suárez, por su parte, aumenta en la medida en que todos sus sucesores van demostrando inferior talla política a la suya. Quien vino de la dictadura resultó ser más demócrata y más generoso con los rivales que todos los demás.
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