En la foto aparece una mujer en el suelo resistiéndose ante un individuo que la sujeta con fuerza. Éste abusa de su poderío físico en una acción claramente cobarde y reprobable. A su alrededor, cuatro hombres jóvenes contemplan la escena con interés, pero sin intervenir. Esto último indica que están conformes con cuanto ven. El espectador crítico sabe perfectamente que la única persona que se salva de ese cuadro es la mujer. Los demás son unos estúpidos malvados. Una publicidad así no debería sino actuar en contra de quien la emite, por tanto, ninguna empresa debería haberse atrevido a hacerla. Se ha hecho y ha levantado revuelo. Ambas cosas demuestran que ni quienes la hacen ni quienes protestan confían en el sentido crítico de la gente. Conviene fomentarlo, entonces. ¿A quién compete esta función? A todos, en general, pero nadie discutirá que las universidades no pueden escurrir el bulto en este asunto. Ni desconocen su importancia ni carecen de ascendiente sobre un buen número de personas. Me fijo, entonces, en Valencia, que es en donde resido. ¿Pueden los profesores de la Universidad y los alumnos opinar que el valenciano y el catalán son lenguas diferentes? ¿Puede un estudiante aprobar el curso si se empeña en mantener la independencia del valenciano respecto del catalán? Porque si en la universidades valencianas se fomenta el espíritu crítico y los catalanistas están tan seguros de que ambas lenguas son la misma y no sólo eso sino que además deben ir siempre de la mano, pueden dejar que los demás lleguen por sí mismos a esta convicción. Pero al final hemos de convenir que no es inhabitual que se intente forzar al prójimo.
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