Lo que debería importar al potencial votante que medita el sentido de su voto es, en primer lugar, la honradez del candidato. Y debería fijarse primero en este punto porque las prioridades de un político deberían ser: En primer lugar, el interés de los ciudadanos; en segundo: el de su partido; y por último, el suyo propio. Como son tantas las presiones que reciben los políticos, quienes no son capaces de resistirlas invierten por completo el orden de esas prioridades.
Si dos de los candidatos parecen igual de honrados y capaces de resistir las tentaciones, conviene fijarse entonces en su eficiencia. Una persona eficiente con un programa malo, es mucho mejor que otra menos eficiente con un programa bueno. Lo que importa, más que el programa, son las ganas de servir a los ciudadanos y la capacidad y preparación de quien lo vaya a hacer. Alguien indolente o mal preparado, de esos que llegan a la cima dando codazos a los demás, poco podrá hacer. Y por último, en el caso de que haya dos o más candidatos que den la misma sensación de ser honrados y tener la preparación y la predisposición suficientes, llega el momento de fijarse en las siglas bajo las que se presentan. Con el sistema que se emplea en España es más difícil seguir esta pauta, puesto que son los partidos los que seleccionan e imponen a los candidatos y luego los someten a su disciplina. Queda pues restringida a los cabezas de lista, en quienes viene a recaer toda la responsabilidad. Quizá este método induzca en alguna medida al sectarismo, a que la gente vote a un fulano en el que no confía sólo porque lo presenta el partido de sus simpatías.
Si dos de los candidatos parecen igual de honrados y capaces de resistir las tentaciones, conviene fijarse entonces en su eficiencia. Una persona eficiente con un programa malo, es mucho mejor que otra menos eficiente con un programa bueno. Lo que importa, más que el programa, son las ganas de servir a los ciudadanos y la capacidad y preparación de quien lo vaya a hacer. Alguien indolente o mal preparado, de esos que llegan a la cima dando codazos a los demás, poco podrá hacer. Y por último, en el caso de que haya dos o más candidatos que den la misma sensación de ser honrados y tener la preparación y la predisposición suficientes, llega el momento de fijarse en las siglas bajo las que se presentan. Con el sistema que se emplea en España es más difícil seguir esta pauta, puesto que son los partidos los que seleccionan e imponen a los candidatos y luego los someten a su disciplina. Queda pues restringida a los cabezas de lista, en quienes viene a recaer toda la responsabilidad. Quizá este método induzca en alguna medida al sectarismo, a que la gente vote a un fulano en el que no confía sólo porque lo presenta el partido de sus simpatías.
Sandra Correa León, encarcelada
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