La devolución de 400 euros a los contribuyentes tiene como finalidad estimular el consumo y no favorecer a determinadas personas. Se ha producido en tiempos muy cercanos a los electorales, pero Zapatero dice que no es una medida electoral. Pero si no lo fuera, no se hubieran anunciado los 400 euros por contribuyente, sino otro tipo de mejora fiscal para los más desfavorecidos. Porque ese importe es el que algunos gastan en un aperitivo, mientras que para otros es una fortuna. Esto último debería avergonzar.
Los contribuyentes sabemos perfectamente que con nuestros impuestos hemos de pagar a un excesivo número de políticos, la función de muchos de los cuales es la de apretar el botón que les ordenan y si alguno aparece con ideas propias es probable que vaya a la calle. Este dato demuestra que sobran muchos. O que debe cambiarse el sistema. Además, hay un número exageradamente grande de asesores, que no sirven para hacer más eficiente a la Administración, ni para evitar las catástrofes, por lo que el contribuyente común piensa que se les ha dado el cargo graciosamente y a su cuenta.
Con el dinero que queda después de haber pagado a todos estos gastos, el gobierno acomete aquellas tareas para las que ha sido elegido.
Se da la circunstancia, además, de que el contribuyente piensa, probablemente con razón, que la prioridad en las obras públicas se decide arbitrariamente y no siguiendo criterios justos.
Suprimiendo políticos, asesores, coches oficiales, dietas, viajes y regalos, y haciendo más eficiente el trabajo de la Administración, los contribuyentes lograrían notar un mayor peso en sus carteras.
Porque lo que quiere el contribuyente es que los hospitales sean buenos, que las carreteras estén en buen estado y que las diferencias económicas entre los ciudadanos tiendan a disminuir.
Esos cuatrocientos euros que el gobierno dice que va a devolver, los perderá el ciudadano por otro lado, al subir la inflación. Y hay grupos humanos, que viven situaciones dramáticas o difíciles, a los que vendría muy bien ese dinero. Pero claro, lo que interesa es fomentar el consumo.
Los contribuyentes sabemos perfectamente que con nuestros impuestos hemos de pagar a un excesivo número de políticos, la función de muchos de los cuales es la de apretar el botón que les ordenan y si alguno aparece con ideas propias es probable que vaya a la calle. Este dato demuestra que sobran muchos. O que debe cambiarse el sistema. Además, hay un número exageradamente grande de asesores, que no sirven para hacer más eficiente a la Administración, ni para evitar las catástrofes, por lo que el contribuyente común piensa que se les ha dado el cargo graciosamente y a su cuenta.
Con el dinero que queda después de haber pagado a todos estos gastos, el gobierno acomete aquellas tareas para las que ha sido elegido.
Se da la circunstancia, además, de que el contribuyente piensa, probablemente con razón, que la prioridad en las obras públicas se decide arbitrariamente y no siguiendo criterios justos.
Suprimiendo políticos, asesores, coches oficiales, dietas, viajes y regalos, y haciendo más eficiente el trabajo de la Administración, los contribuyentes lograrían notar un mayor peso en sus carteras.
Porque lo que quiere el contribuyente es que los hospitales sean buenos, que las carreteras estén en buen estado y que las diferencias económicas entre los ciudadanos tiendan a disminuir.
Esos cuatrocientos euros que el gobierno dice que va a devolver, los perderá el ciudadano por otro lado, al subir la inflación. Y hay grupos humanos, que viven situaciones dramáticas o difíciles, a los que vendría muy bien ese dinero. Pero claro, lo que interesa es fomentar el consumo.
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