Dijo Zapatero que el organismo encargado de detectar los movimientos sísmicos le había asegurado que en España no hay grietas, no se rompe. Y con eso no sabemos si descansar aliviados por la revelación, reír la gracia o asombrarnos de la ligereza del presidente. No sabemos si del análisis de la frase surge la evidencia de que con ella Zapatero reconoce implícitamente algún error suyo, puesto que afirma que no tiene consecuencias negativas.
La ligereza estuvo también en aquella promesa que le hizo a Maragall. Cuando la hizo no previó que podría ganar las elecciones y tampoco tuvo en cuenta la personalidad de Maragall. Ganaron ambos y Maragall le tomó la palabra, sin tener en cuenta que con ello le creaba grandes problemas a Zapatero o, acaso, es que esto último no le importaba. Zapatero tuvo que improvisar una de sus soluciones de urgencia, como fue el pacto con Artur Mas, tan poco vistoso. Y por ahí vemos que el chiste de las grietas tiene tan poca gracia como aquel que hizo sobre los trenes de cercanías. Reconozco, no obstante, que esto de la gracia es relativo: seguro que Pepiño se rió en ambos casos.
Zapatero llegó a la presidencia por sorpresa, y con ayuda de las malas artes de Rubalcaba, “te das la vuelta y te la clava”, y la torpeza de sus oponentes, y enseguida vino a demostrar que no es el mirlo blanco con el que sueñan los socialistas de toda la vida, que para estar de acuerdo con él hay que echar mano del sectarismo. Por eso Rosa Díez se ha ido con la música a otra parte, o mejor dicho a intentar una aventura más democrática con Fernando Savater. Y por el momento, más romántica.
Las listas abiertas permitirían, sin duda, que afloraran líderes de mucha más valía que los que nos vienen tocando en suerte. Impedirían el férreo manejo de los partidos parte de sus cabecillas.
La ligereza estuvo también en aquella promesa que le hizo a Maragall. Cuando la hizo no previó que podría ganar las elecciones y tampoco tuvo en cuenta la personalidad de Maragall. Ganaron ambos y Maragall le tomó la palabra, sin tener en cuenta que con ello le creaba grandes problemas a Zapatero o, acaso, es que esto último no le importaba. Zapatero tuvo que improvisar una de sus soluciones de urgencia, como fue el pacto con Artur Mas, tan poco vistoso. Y por ahí vemos que el chiste de las grietas tiene tan poca gracia como aquel que hizo sobre los trenes de cercanías. Reconozco, no obstante, que esto de la gracia es relativo: seguro que Pepiño se rió en ambos casos.
Zapatero llegó a la presidencia por sorpresa, y con ayuda de las malas artes de Rubalcaba, “te das la vuelta y te la clava”, y la torpeza de sus oponentes, y enseguida vino a demostrar que no es el mirlo blanco con el que sueñan los socialistas de toda la vida, que para estar de acuerdo con él hay que echar mano del sectarismo. Por eso Rosa Díez se ha ido con la música a otra parte, o mejor dicho a intentar una aventura más democrática con Fernando Savater. Y por el momento, más romántica.
Las listas abiertas permitirían, sin duda, que afloraran líderes de mucha más valía que los que nos vienen tocando en suerte. Impedirían el férreo manejo de los partidos parte de sus cabecillas.
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