Un grupo armado que asesina, comete atentados, secuestra y mantiene en cautividad durante años a sus víctimas, no puede ser considerado más que como un grupo terrorista. Los españoles, por nuestra parte, ya hemos podido darnos cuenta de que siempre hay impresentables capaces de, a la vista del público, poner paños calientes a los criminales, comparando sus actos con las resoluciones judiciales. No nos puede extrañar, por tanto, que otro nefasto personaje, como Hugo Chávez, trate de arrimar el ascua a su sardina, que no es otra que subvertir todo lo que pueda.
Es cierto que en América del Sur hay problemas graves. Si los hay en Francia o en Estados Unidos, ¿cómo no los va a haber allí, en donde, además, arrancan de tiempos lejanos? Ocurre que, como es sabido, no se puede hacer el bien con el mal. Quizá en las mentalidades colectivas de los pueblos, por circunstancias de cualquier índole, se instala algún complejo de culpa, que les lleva a elegir a los peores representantes posibles, como si quisieran convencerse de una vez y por todas, de que por los caminos que llevan no se va a ninguna parte.
Un grupo terrorista, como las FARC, lo que hace es dificultar e impedir al cabo el progreso de su nación. Ayudarlas a que pervivan significa sumir en el temor y en la pobreza a una gran cantidad de personas. Es conveniente saber que con el terror no hay que dudar nunca. El terror debe desaparecer.
El mejor modo de erradicar la pobreza, de ayudar a las personas a encontrar su dignidad, de luchar por la justicia, está inventado desde hace mucho tiempo. También se sabe que las cosas no surgen de un día para otro, sino que hay que echar las semillas y abonar y regar la tierra y trabajarla para que broten y se desarrollen. La idea revolucionaria consiste en crear escuelas, alfabetizar a la gente, mejorar sin pausa la educación y no cabe ninguna duda de que todo ello desembocará en el deseo de los ciudadanos de profundizar en la democracia y de procurar que cada vez haya más justicia. Utilizar como recurso el terror y la venganza lleva a lo contrario.
Es cierto que en América del Sur hay problemas graves. Si los hay en Francia o en Estados Unidos, ¿cómo no los va a haber allí, en donde, además, arrancan de tiempos lejanos? Ocurre que, como es sabido, no se puede hacer el bien con el mal. Quizá en las mentalidades colectivas de los pueblos, por circunstancias de cualquier índole, se instala algún complejo de culpa, que les lleva a elegir a los peores representantes posibles, como si quisieran convencerse de una vez y por todas, de que por los caminos que llevan no se va a ninguna parte.
Un grupo terrorista, como las FARC, lo que hace es dificultar e impedir al cabo el progreso de su nación. Ayudarlas a que pervivan significa sumir en el temor y en la pobreza a una gran cantidad de personas. Es conveniente saber que con el terror no hay que dudar nunca. El terror debe desaparecer.
El mejor modo de erradicar la pobreza, de ayudar a las personas a encontrar su dignidad, de luchar por la justicia, está inventado desde hace mucho tiempo. También se sabe que las cosas no surgen de un día para otro, sino que hay que echar las semillas y abonar y regar la tierra y trabajarla para que broten y se desarrollen. La idea revolucionaria consiste en crear escuelas, alfabetizar a la gente, mejorar sin pausa la educación y no cabe ninguna duda de que todo ello desembocará en el deseo de los ciudadanos de profundizar en la democracia y de procurar que cada vez haya más justicia. Utilizar como recurso el terror y la venganza lleva a lo contrario.
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