Hay un método de autodefensa, que probablemente funciona de forma instintiva o automática, merced al cual el sujeto no capta aquellas cosas que le incomodan. Quien ha dejado crecer la envidia en su interior, vive tranquilo, sin que los celos le hagan la vida imposible. La desventaja es que luego las cosas han de salir por un lugar u otro. Y ello explica que Adolfo Suárez tuviera que soportar tantas traiciones, menosprecios, desagradecimientos, etc., sin que quienes se los hacían se sintieran culpables. No se daban cuenta de sus bellaquerías.
También existe la confusión entre el ser y el tener. Fraga tenía mucha más cultura que Suárez y algo parecido sucedía en el caso de Areilza. Creían ellos, groseramente, que eso les permitía sentirse superiores a Suárez. El hecho de que no supieran calibrar su talla demuestra que los inferiores eran ellos. No se puede medir a un ser humano, salvo que él mismo dé pruebas de su propia pequeñez. Son tantas las cuestiones que hay que tener en cuenta en una persona, que es imposible considerarlas todas. Pero quien no sabe reconocer los méritos y las cualidades del prójimo, demuestra que ha renunciado a volar por las alturas y se conforma con ir a ras de suelo.
No es el caso de Luis Herrero, cuyo libro Los que le llamábamos Adolfo, demuestra que él sí que sabe valorar al prójima.
Cuestión diferente es la de quienes formaron parte de los distintos gobiernos de Suárez, que siendo espectadores privilegiados de la hazaña que estaba llevando a cabo su presidente, no fueron capaces de comprender la magnitud de lo que estaban viendo. ¿Cómo no iba a desesperarse, él, viendo las actitudes de quienes le rodeaban?
Vergonzoso el papelón de Abril Martorell, dados sus compadreos con Alfonso Guerra y aquella referencia al diálogo Norte Sur, de oculta intención, de su discurso en el Congreso de los Diputados. Estas cosas divertían mucho a Guerra ¿Alfonso o Alfonsín?
Ninguno de los presidentes que han sucedido a Adolfo Suárez (Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero), le llega a la suela del zapato. Tampoco el Rey.
Los españoles debemos estar satisfechos de haber tenido un hombre como Adolfo Suárez para dirigir el tránsito de la dictadura a la democracia.
También existe la confusión entre el ser y el tener. Fraga tenía mucha más cultura que Suárez y algo parecido sucedía en el caso de Areilza. Creían ellos, groseramente, que eso les permitía sentirse superiores a Suárez. El hecho de que no supieran calibrar su talla demuestra que los inferiores eran ellos. No se puede medir a un ser humano, salvo que él mismo dé pruebas de su propia pequeñez. Son tantas las cuestiones que hay que tener en cuenta en una persona, que es imposible considerarlas todas. Pero quien no sabe reconocer los méritos y las cualidades del prójimo, demuestra que ha renunciado a volar por las alturas y se conforma con ir a ras de suelo.
No es el caso de Luis Herrero, cuyo libro Los que le llamábamos Adolfo, demuestra que él sí que sabe valorar al prójima.
Cuestión diferente es la de quienes formaron parte de los distintos gobiernos de Suárez, que siendo espectadores privilegiados de la hazaña que estaba llevando a cabo su presidente, no fueron capaces de comprender la magnitud de lo que estaban viendo. ¿Cómo no iba a desesperarse, él, viendo las actitudes de quienes le rodeaban?
Vergonzoso el papelón de Abril Martorell, dados sus compadreos con Alfonso Guerra y aquella referencia al diálogo Norte Sur, de oculta intención, de su discurso en el Congreso de los Diputados. Estas cosas divertían mucho a Guerra ¿Alfonso o Alfonsín?
Ninguno de los presidentes que han sucedido a Adolfo Suárez (Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero), le llega a la suela del zapato. Tampoco el Rey.
Los españoles debemos estar satisfechos de haber tenido un hombre como Adolfo Suárez para dirigir el tránsito de la dictadura a la democracia.
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