Más de sesenta antiguos alumnos del internado Antonio Provolo de Verona han denunciado que sufrieron abusos sexuales cuando eran niños. Lo denuncian a sabiendas de que los delitos han prescrito y además es difícil que se puedan probar. La cuestión es que lo que dicen no causa sorpresa.
Yo he tratado con muchos sacerdotes, de casi todas las graduaciones, y también con monjas y no me cuesta ningún trabajo creer que son ciertas. He sido testigo de su egoísmo y de su desinterés por el dolor ajeno. Las autoridades religiosas, en el caso de que reconozcan los hechos, cuestión difícil de por sí, dirán que los desconocían. Pero es que son esas autoridades las que concedían ascensos a los implicados.
Mientras tanto, los cardenales españoles se irritan por una inocente campaña en los autobuses e implican en su lucha por impedirla a la clase política, o parte de ella, como si los problemas que hay en la actualidad no fueran importantes. Si realmente creyeran en Dios, si tuvieran algún interés en Dios, no se molestarían por esa campaña.
Lo que dejan traslucir es que temen que se les desmonte el tinglado, eso les duele más. Si creyeran en un Dios justo y todopoderoso, que ha creado el mundo previendo todos los detalles, sabrían que también tenía prevista esta campaña. Lo que preocupa a Dios, más que las leyendas de los autobuses, es el bienestar de los niños. No cabe duda de que Dios desea que los niños puedan soñar, que no sufran injusticias.
Al pensar en los niños sordos, conviene recordar el caso de Hellen Keller y Ana Sullivan. ¿Qué hubiera sido de Hellen Keller sin Ana Sullivan? La humanidad no aprende nada, ése sigue siendo un caso único. Las condiciones de Hellen Keller eran mucho peores que las de los niños citados. Es cierto que ella luego resultó ser una gran escritora. Pero por encima de eso fue una persona.
Estos niños del internado Antonio Provolo no suscitaron un interés semejante. Estaban predestinados a sufrir.
Yo he tratado con muchos sacerdotes, de casi todas las graduaciones, y también con monjas y no me cuesta ningún trabajo creer que son ciertas. He sido testigo de su egoísmo y de su desinterés por el dolor ajeno. Las autoridades religiosas, en el caso de que reconozcan los hechos, cuestión difícil de por sí, dirán que los desconocían. Pero es que son esas autoridades las que concedían ascensos a los implicados.
Mientras tanto, los cardenales españoles se irritan por una inocente campaña en los autobuses e implican en su lucha por impedirla a la clase política, o parte de ella, como si los problemas que hay en la actualidad no fueran importantes. Si realmente creyeran en Dios, si tuvieran algún interés en Dios, no se molestarían por esa campaña.
Lo que dejan traslucir es que temen que se les desmonte el tinglado, eso les duele más. Si creyeran en un Dios justo y todopoderoso, que ha creado el mundo previendo todos los detalles, sabrían que también tenía prevista esta campaña. Lo que preocupa a Dios, más que las leyendas de los autobuses, es el bienestar de los niños. No cabe duda de que Dios desea que los niños puedan soñar, que no sufran injusticias.
Al pensar en los niños sordos, conviene recordar el caso de Hellen Keller y Ana Sullivan. ¿Qué hubiera sido de Hellen Keller sin Ana Sullivan? La humanidad no aprende nada, ése sigue siendo un caso único. Las condiciones de Hellen Keller eran mucho peores que las de los niños citados. Es cierto que ella luego resultó ser una gran escritora. Pero por encima de eso fue una persona.
Estos niños del internado Antonio Provolo no suscitaron un interés semejante. Estaban predestinados a sufrir.
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