sábado, 7 de febrero de 2009

Xenofobia

En lo que respecta a España, y en lo que respecta únicamente a la situación actual, hubo un tiempo en el que se pudieron tomar medidas adecuadas. Eran tiempos en los que gobernaba José María Aznar y la afluencia de extranjeros era incesante. Fue entonces cuando debió hacerse un estudio para ver cuántos trabajadores extranjeros podía absorber España. No se hizo nada de eso, probablemente por egoísmo, porque esos extranjeros resolvían muchos problemas inmediatos.
No se trata de negarle nada a nadie, sino de tener en cuenta que lo que no se tiene no se puede dar. No se debería haber consentido que muchos se arriesgaran a una aventura que no podía salir bien. Y como consecuencia, muchos de ellos sufrían unas condiciones laborales infames, sin que el gobierno español lo pudiera impedir. Hay que suponer que lo intentó. Su vida, como es lógico suponer, transcurría en precario.
El gobierno de Zapatero, en ésta, como en tantas otras cosas, cumplió ese refrán que dice que “el infierno está empedrado de buenas intenciones”. Lo de papeles para todos hizo el mismo efecto que el de apagar un incendio con gasolina.
Y ahora se nos echa encima la amenaza de la xenofobia, que no es exclusiva de España, sino que está en la condición humana. Empleos británicos para trabajadores británicos se dice en Inglaterra. El propio Obama, de quien tanto espera el mundo, también ha estado tentado de caer en la tentación proteccionista.
En los tiempos complicados sale a relucir lo mejor y lo peor del género humano. Es indudable que hay empresarios grandes y pequeños que están haciendo sacrificios, en su intento de salvar todos los empleos que puedan. También hay muchos trabajadores que se sacrifican lo indecible.
Pero no faltan aquellos en los que lo que rige es el sálvese quien pueda. Ese egoísmo, que es la seña de cualquier nacionalismo que se precie. De él surgen todas esas medidas que llevadas hasta el final, significarían el colapso total. Ocurre que quienes mejor aplicaran esas medidas egoístas serían los últimos en sucumbir.
Qué añoranza de Europa, ésa que no supimos construir cuando se podía y que ahora puede irse a pique.

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