Estuvo en Valencia el ex ministro Cristóbal Montoro y dijo que si a él o Mariano Rajoy podrían convencer a la audiencia si les dejaran hablar durante dos horas, pero que sólo tienen diez segundos de cuota de pantalla. Dejando aparte el infame modo de utilizar la televisión que tienen todos los gobiernos españoles, lo que afirma Montoro es insostenible.
Sólo se convence a los previamente convencidos y afirman que si su partido no gana las elecciones es por culpa de ese uso torticero de las televisiones es tomar a los votantes por tontos del todo. Vivimos tiempos en los quienes venden temen no cobrar lo vendido, quienes prestan temen no recuperar lo prestado, y quienes se plantean tomarse unos altramuces como aperitivo temen lamentar en un futuro cercano este derroche.
Hay una falta total y absoluta de confianza en el futuro y en España, además, en el gobierno, puesto que no sólo no supo prever la crisis (y si lo hubiera hecho podría haber empezado a tomar medidas para que no alcanzara los niveles catastróficos que sufrimos), sino que con la crisis ya destrozando sueños aún la negaba, y luego toma medidas demagógicas y que comprometen a los futuros gobiernos. Nadie cree en Zapatero, Sebastián, Solbes, Álvarez, etc.
Si se pudiera confiar en la oposición, tanto si se les conceden diez segundos en la televisión, como si les dejan hablar durante dos horas, la gente volcaría sus expectativas en el PP. La realidad dice que este partido tampoco inspira ninguna confianza, Rajoy nunca ha tenido su control y a pesar de eso no dimite.
Las disputas por el poder son continuas en el PP, cuando no son unos los que discuten lo hacen otros y en las comunidades en las que gobiernan tampoco hubo indicio de que previeran la crisis.
Montoro propone la reforma del mercado laboral. Si fuera esa la panacea, si se pudiera asegurar que con esa medida iban a mejorar las cosas, Aurelio Martínez, por ejemplo, ya se las hubiera arreglado para convencer a Zapatero. Más bien parece que se quiere aprovechar la coyuntura para colar una medida largamente deseada.
Lo que interesa ahora es olvidar los oportunismos y las posibilidades de lucimiento y procurar la recuperación de la confianza. Es la hora de consensuar una reforma política que cambie sustancialmente las reglas de juego, que quite el poder a los partidos y se lo devuelva a los ciudadanos.
Sólo se convence a los previamente convencidos y afirman que si su partido no gana las elecciones es por culpa de ese uso torticero de las televisiones es tomar a los votantes por tontos del todo. Vivimos tiempos en los quienes venden temen no cobrar lo vendido, quienes prestan temen no recuperar lo prestado, y quienes se plantean tomarse unos altramuces como aperitivo temen lamentar en un futuro cercano este derroche.
Hay una falta total y absoluta de confianza en el futuro y en España, además, en el gobierno, puesto que no sólo no supo prever la crisis (y si lo hubiera hecho podría haber empezado a tomar medidas para que no alcanzara los niveles catastróficos que sufrimos), sino que con la crisis ya destrozando sueños aún la negaba, y luego toma medidas demagógicas y que comprometen a los futuros gobiernos. Nadie cree en Zapatero, Sebastián, Solbes, Álvarez, etc.
Si se pudiera confiar en la oposición, tanto si se les conceden diez segundos en la televisión, como si les dejan hablar durante dos horas, la gente volcaría sus expectativas en el PP. La realidad dice que este partido tampoco inspira ninguna confianza, Rajoy nunca ha tenido su control y a pesar de eso no dimite.
Las disputas por el poder son continuas en el PP, cuando no son unos los que discuten lo hacen otros y en las comunidades en las que gobiernan tampoco hubo indicio de que previeran la crisis.
Montoro propone la reforma del mercado laboral. Si fuera esa la panacea, si se pudiera asegurar que con esa medida iban a mejorar las cosas, Aurelio Martínez, por ejemplo, ya se las hubiera arreglado para convencer a Zapatero. Más bien parece que se quiere aprovechar la coyuntura para colar una medida largamente deseada.
Lo que interesa ahora es olvidar los oportunismos y las posibilidades de lucimiento y procurar la recuperación de la confianza. Es la hora de consensuar una reforma política que cambie sustancialmente las reglas de juego, que quite el poder a los partidos y se lo devuelva a los ciudadanos.
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