El desparpajo con el que Zapatero dice las cosas pone los cabellos de punta. El caso es que las dice, y una detrás de otra, y se las cree. El presidente del gobierno no tiene el porqué ser una lumbrera, pero al menos cabría exigirle sentido común y respeto por los ciudadanos. Espartaco es uno de los que dijo no a los poderosos, y no parece que Zapatero sea como él.
Los poderosos lo son porque ‘pueden’, y Zapatero ‘puede’, utilizando el dinero de los contribuyentes, comprar los favores de unos para ‘poder’ desairar a otros. Y la palabra desairar no ha entrado aquí de puntillas, sino con pleno derecho. Zapatero es tan poderoso como esos a los que presume haber dicho que no. La lucha entre los poderosos, llámense Felipe González, Juan Luis Cebrián, José Luis Rodríguez Zapatero, o Pedro J. Ramírez, no interesaría a los ciudadanos, sino fuera porque a lo mejor les cuesta dinero. Que Zapatero se alíe con Carod para decirle luego que no al resto es para echarse a temblar.
Dice, además, que basta con salir a las calles para ver que España no se está hundiendo. Afirmación que revela una gran falta de sensibilidad hacia todos aquellos a los que la crisis, que se empeñó en negar por motivos electoralistas, ha arruinado sus vidas para siempre. Hay comercios y pequeñas empresas que venían funcionando desde hace veinte o veinticinco años y parecían tener cuerda para otros tantos y se han ido a pique ante la inoperancia del gobierno de Zapatero, más empeñado en cumplir sus designios que en combatir la crisis.
En resumidas cuentas, y para situar al personaje, tenemos un presidente que espera que sean otros países los que nos saquen de la crisis, y se permite el lujo de chulear a sus rivales.
Los poderosos lo son porque ‘pueden’, y Zapatero ‘puede’, utilizando el dinero de los contribuyentes, comprar los favores de unos para ‘poder’ desairar a otros. Y la palabra desairar no ha entrado aquí de puntillas, sino con pleno derecho. Zapatero es tan poderoso como esos a los que presume haber dicho que no. La lucha entre los poderosos, llámense Felipe González, Juan Luis Cebrián, José Luis Rodríguez Zapatero, o Pedro J. Ramírez, no interesaría a los ciudadanos, sino fuera porque a lo mejor les cuesta dinero. Que Zapatero se alíe con Carod para decirle luego que no al resto es para echarse a temblar.
Dice, además, que basta con salir a las calles para ver que España no se está hundiendo. Afirmación que revela una gran falta de sensibilidad hacia todos aquellos a los que la crisis, que se empeñó en negar por motivos electoralistas, ha arruinado sus vidas para siempre. Hay comercios y pequeñas empresas que venían funcionando desde hace veinte o veinticinco años y parecían tener cuerda para otros tantos y se han ido a pique ante la inoperancia del gobierno de Zapatero, más empeñado en cumplir sus designios que en combatir la crisis.
En resumidas cuentas, y para situar al personaje, tenemos un presidente que espera que sean otros países los que nos saquen de la crisis, y se permite el lujo de chulear a sus rivales.
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