Parece que sea cierto lo que dice hoy en El País Manuel Vicent, acerca de que la derecha española es como aquel niño rico que si ve que no va a ganar el partido coge el balón y se lo lleva a casa, porque para eso es suyo. Pero, aunque parezca cierto, no es ni media verdad.
Cuando los socialistas, con Felipe González a la cabeza, ganaron las elecciones por primera vez, creyeron que habían recuperado algo que era suyo. He aquí que el instinto de la propiedad no es privativo de nadie. Pero el legítimo dueño del poder es el pueblo, de modo que quienes creen que es suyo se equivocan. Felipe González y sus adláteres, aparecieron con toda la petulancia y toda la arrogancia del mundo, dispuestos a dar una lección; ellos, que no habían aprovechado la que les dio Adolfo Suárez. Previamente habían vetado a Enrique Tierno Galván para la Comisión Constitucional, también habían expedientado a Alonso Puerta, y desde entonces ya nadie se ha atrevido a denunciar la corrupción de su partido. Tras ganar las elecciones, y actuando como si el poder fuera suyo y no del pueblo, expropiaron Rumasa a la brava, y como consecuencia de ello el Tribunal Constitucional perdería para siempre todo su prestigio.
Como al establecer la Constitución, en la que tuvo un papel tan destacado el PSOE, los partidos se quedaron el poder, en lugar de devolvérselo al pueblo, puede decirse que de esos polvos vienen estos lodos. Los partidos o, mejor dicho, sus líderes tienden a comportarse cada vez de modo más dictatorial. Un control tan absoluto de los resortes políticos impide el normal funcionamiento de las instituciones políticas. Cualquier defensa, directa o indirecta, de apoyar a este gobierno es un acto totalmente insolidario con quienes se han quedado sin trabajo y no tienen esperanza a corto plazo de encontrar otro. Lo ideal sería cambiar la Constitución.
Cuando los socialistas, con Felipe González a la cabeza, ganaron las elecciones por primera vez, creyeron que habían recuperado algo que era suyo. He aquí que el instinto de la propiedad no es privativo de nadie. Pero el legítimo dueño del poder es el pueblo, de modo que quienes creen que es suyo se equivocan. Felipe González y sus adláteres, aparecieron con toda la petulancia y toda la arrogancia del mundo, dispuestos a dar una lección; ellos, que no habían aprovechado la que les dio Adolfo Suárez. Previamente habían vetado a Enrique Tierno Galván para la Comisión Constitucional, también habían expedientado a Alonso Puerta, y desde entonces ya nadie se ha atrevido a denunciar la corrupción de su partido. Tras ganar las elecciones, y actuando como si el poder fuera suyo y no del pueblo, expropiaron Rumasa a la brava, y como consecuencia de ello el Tribunal Constitucional perdería para siempre todo su prestigio.
Como al establecer la Constitución, en la que tuvo un papel tan destacado el PSOE, los partidos se quedaron el poder, en lugar de devolvérselo al pueblo, puede decirse que de esos polvos vienen estos lodos. Los partidos o, mejor dicho, sus líderes tienden a comportarse cada vez de modo más dictatorial. Un control tan absoluto de los resortes políticos impide el normal funcionamiento de las instituciones políticas. Cualquier defensa, directa o indirecta, de apoyar a este gobierno es un acto totalmente insolidario con quienes se han quedado sin trabajo y no tienen esperanza a corto plazo de encontrar otro. Lo ideal sería cambiar la Constitución.
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