Ayer, el diario Las Provincias dio la noticia de que los altos de las Cortes valencianas habían gastado mucho más del doble de lo presupuestado. El mismo diario dice hoy que también han gastado más del doble de lo previsto en atenciones protocolarias. El diario El Mundo daba el día 11 la noticia de que unos ediles de Valverde enmascararon una mariscada de casi dos mil euros con una factura de “escayolas Antoñito”. No hablemos ya de la forma en que Carod gasta el dinero público.
Dejando de lado a los políticos, aunque sea por un momento, se puede recordar el caso de Francina Ribas, esa mujer de 88 años a la que, según Lidia Falcón, el ayuntamiento de Barcelona le negó el servicio de teleasistencia por falta de presupuesto. Hoy, Rosa Montero cuenta en El País, en un artículo titulado Pesadilla, el caso de Maruja, una anciana de 86 años aquejada de un grave deterioro cognitivo, que viene haciendo papeleo desde 2005 para lograr plaza en una residencia. Maruja vive sola y su hija Pilar no puede atenderla porque está enferma. Hay que acarrear cantidades ingentes de documentos para solicitar ayudas. Y después de todo, el silencio puede ser la respuesta. Ante el agravamiento de su madre, Pilar reclamó ante la Dirección del Mayor, la plaza que le correspondía y fue cuando le dijeron que esos servicios se habían transferido a Dependencias y que debía comenzar los trámites de nuevo. ¿Cuánta gente habrá en España en la misma situación que Francina Ribas o Maruja?
Si se regresa al mundo de la política se observa, en su artículo titulado No debería, cuáles son los problemas que preocupan a Miquel Roca i Junyent, ese político genuino. De modo que por un lado tenemos la alegría con que los políticos gastan el dinero, junto con la terquedad con que persiguen sus objetivos, y por el otro las angustias de la gente, que los políticos no pueden socorrer, porque tienen otras cosas en qué pensar y marisco que comer.
Dejando de lado a los políticos, aunque sea por un momento, se puede recordar el caso de Francina Ribas, esa mujer de 88 años a la que, según Lidia Falcón, el ayuntamiento de Barcelona le negó el servicio de teleasistencia por falta de presupuesto. Hoy, Rosa Montero cuenta en El País, en un artículo titulado Pesadilla, el caso de Maruja, una anciana de 86 años aquejada de un grave deterioro cognitivo, que viene haciendo papeleo desde 2005 para lograr plaza en una residencia. Maruja vive sola y su hija Pilar no puede atenderla porque está enferma. Hay que acarrear cantidades ingentes de documentos para solicitar ayudas. Y después de todo, el silencio puede ser la respuesta. Ante el agravamiento de su madre, Pilar reclamó ante la Dirección del Mayor, la plaza que le correspondía y fue cuando le dijeron que esos servicios se habían transferido a Dependencias y que debía comenzar los trámites de nuevo. ¿Cuánta gente habrá en España en la misma situación que Francina Ribas o Maruja?
Si se regresa al mundo de la política se observa, en su artículo titulado No debería, cuáles son los problemas que preocupan a Miquel Roca i Junyent, ese político genuino. De modo que por un lado tenemos la alegría con que los políticos gastan el dinero, junto con la terquedad con que persiguen sus objetivos, y por el otro las angustias de la gente, que los políticos no pueden socorrer, porque tienen otras cosas en qué pensar y marisco que comer.
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