Tenemos un gobierno, con su presidente a la cabeza, que en los días impares dice que se le está acabando la paciencia con los bancos, o les acusa de ser los causantes de la crisis, y en los días pares dice que los bancos españoles son los más solventes, gracias a su rigurosidad, y que en España no está en recesión gracias a los bancos, etc.
Los españoles estamos acostumbrados a lo peor, y no nos espantamos de nada y también sabemos que no podemos escapar de los charlatanes. No hay más que ver como proliferan, para darnos cuenta de que campan a sus anchas. Estamos acostumbrados a que aparezca alguien que diga “¡hala, to p’al pueblo!, y que con esa música se vaya colocando él. No hay que esperar un gesto de rebeldía: no arriesgará su langosta. Esas cosas pueden ocurrir porque hay muchos izquierdistas de salón, asiduos de los restaurantes más caros y a los que los presidentes de las mayores empresas de España abren las puertas de sus despachos en cuanto se les requiere. Dentro de un mundo de cartón piedra, en el que se representa una comedia, todo es más fácil.
El mundo real, en el que no cabe la comedia es el de los que menos tienen. Esos son los que han de contribuir a que los bancos tengan beneficios. Porque los bancos pueden ser buenos o malos según convenga al discurso del día, pero no se alimentan logrando votos, sino dinero. Puesto que ha crecido la morosidad de los bancos españoles y cabría la posibilidad de que aún creciera mucho más y, por otra parte, estas entidades disponen de mucho menos dinero para dar créditos y tampoco se fían mucho de los peticionarios, han aumentado las comisiones. Los más ricos no las pagan, puesto que enseguida amenazan con llevarse el dinero a otro banco. ¿Quién se preocupa por los pobres?
Los españoles estamos acostumbrados a lo peor, y no nos espantamos de nada y también sabemos que no podemos escapar de los charlatanes. No hay más que ver como proliferan, para darnos cuenta de que campan a sus anchas. Estamos acostumbrados a que aparezca alguien que diga “¡hala, to p’al pueblo!, y que con esa música se vaya colocando él. No hay que esperar un gesto de rebeldía: no arriesgará su langosta. Esas cosas pueden ocurrir porque hay muchos izquierdistas de salón, asiduos de los restaurantes más caros y a los que los presidentes de las mayores empresas de España abren las puertas de sus despachos en cuanto se les requiere. Dentro de un mundo de cartón piedra, en el que se representa una comedia, todo es más fácil.
El mundo real, en el que no cabe la comedia es el de los que menos tienen. Esos son los que han de contribuir a que los bancos tengan beneficios. Porque los bancos pueden ser buenos o malos según convenga al discurso del día, pero no se alimentan logrando votos, sino dinero. Puesto que ha crecido la morosidad de los bancos españoles y cabría la posibilidad de que aún creciera mucho más y, por otra parte, estas entidades disponen de mucho menos dinero para dar créditos y tampoco se fían mucho de los peticionarios, han aumentado las comisiones. Los más ricos no las pagan, puesto que enseguida amenazan con llevarse el dinero a otro banco. ¿Quién se preocupa por los pobres?
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