El ministro de Asuntos Exteriores español, Miguel Ángel Moratinos, tiene querencia hacia lo mejor de cada casa, Mohamed, que muele a palos a todo español que cae en sus dominios, y luego hay que pedirle perdón; Hugo Chávez, que a estas horas se estará retorciendo de rabia y andará preparando su venganza, porque las cosas no salen como quiere, y el tal Peter Caruana, no menos sinvergüenza que los dos anteriores.
Moratinos tiene más amigos como esos, pero este trío los representa muy bien a todos. Se pueden poner las etiquetas que quieran, derecha, centro o izquierda, pero todos tienen en común la misma tendencia a abusar de la paciencia, por llamarla de alguna manera, de Moratinos. Después de cada incendio que provocan estos indeseables sujetos, de cada insulto a España, acude nuestro ministro con la manguera, les pide disculpas y luego se presenta ante los medios con una sonrisa de oreja a oreja. Como si le gustara.
Los guardias civiles que desempeñan su labor, valiosa e insustituible, en las proximidades de Gibraltar son quienes sufren y soportan con resignación, al menos mientras esté este ministro, las vejaciones a que les someten los policías gibraltareños. Moratinos visitó Gibraltar, en un acto sin precedentes, y de poco ha servido, como era de esperar. En lo que a Gibraltar se refiere, los ingleses tradicionalmente se han comportado como unos perfectos hijos de la Gran Bretaña. Ni les importa lo que diga la ONU, ni tampoco cabe preguntarles si les avergüenza lo que hacen. La respuesta es: No. El desparpajo británico, parejo al de su reina, no se conforma con incordiar a la benemérita, cosa que, por otra parte, también hace Rubalcaba, sino que además luego se queja y trata de “abusivo” su comportamiento. Pronto irá Moratinos a pedir perdón una vez más.
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