Mónica Oltra es diputada, o sea que participa de un sistema. Cobra un sueldo, tiene unas dietas y una serie de privilegios, que los demás ciudadanos pagamos, nos guste o no nos guste, puesto que lo han establecido otros políticos como ella. Cíclicamente, pregunta por el número de lotería que jugará Carlos Fabra, otro que, como ella, está instalado en el sistema.
De entre los ciudadanos no instalados en el sistema, o sea los que lo pagan, hay muchos cuyas situaciones son angustiosas, otras que supuestamente son beneficiarias de la ley de dependencia, que esperan que ésta sea una realidad y que realmente venga a resolver el problema. Y sin embargo, los políticos, en lugar de preocuparse por los problemas de los ciudadanos, cosa que justificaría en parte los privilegios que se conceden, se dedican a lanzarse pullas e insidias entre ellos. Como se nota en esto la importancia que les dan a los ciudadanos, o sea, ninguna.
El modo de proceder de Carlos Fabra no me parece correcto, creo que su empeño por seguir en el cargo no hace bien a nadie, como no sea a él mismo. Tampoco me parece correcto el modo en que la justicia lleva ese caso, con tantas dilaciones y aplazamientos. Pero todo eso forma parte del sistema en el que está integrada Mónica Oltra. Que se sepa, todavía no se ha quejado, ni los demás diputados tampoco, de la desmesurada cantidad de dinero que van a gastarse las Cortes valencianas en muebles nuevos para los despachos de los diputados. Tampoco ha protestado por las ventajosas condiciones de los diputados en la lujosa cafetería de las Cortes. Ni por tantas otras prebendas de que gozan mientras a otros valencianos les cuesta conseguir hasta lo que les conceden las leyes. El sistema no parece funcionar bien, luego que hay que perfeccionarlo.
Los diputados del estilo de Mónica Oltra piensan que su labor no consiste en buscar lo mejor para los ciudadanos, sino aprovechar todas las oportunidades que se presenten para zaherir a sus rivales políticos.
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