La situación actual no permite derroches. ¿Pero qué sería de los nacionalistas sin ellos? Se gasta el gobierno de Mas más de 32 millones de euros en las dichosas y prescindibles embajadas, pero luego un infartado tiene que llegarse hasta Barcelona porque el hospital de Tarragona estaba cerrado.
Artur Mas se defiende echando la culpa a España. Los derrochadores se calcan unos a otros. Francisco Camps le echaba la culpa a Zapatero.
El ciudadano se desespera al ver la gran cantidad de organismos prescindibles que ha fabricado esta que llaman democracia española. Los políticos se resisten a desmantelar todo este entramado del que viven sus enchufados. En el caso de los nacionalismos este asunto es de vida o muerte. Los nacionalismos desaparecerían si se les quitara toda esta parafernalia. De ahí que Mas esté enseñando los dientes y tratando de confundir.
Si Mariano Rajoy fuera lo que nos dicen que es, sin que lo haya demostrado a lo largo de su trayectoria pública, hay que decirlo todo, comprendería que la situación es demasiado grave para que pueda afrontarla él solo. De hecho, debe de haberse dado cuenta ya. La opción que tiene es la misma que debió tomar Zapatero en 2008, sólo que ahora es más urgente, y consiste en ofrecer un pacto de Estado a los demás partidos, excluyendo a Amaiur, claro está.
Hay reformar la Constitución, para profundizar en la democracia; es imprescindible establecer una separación clara de poderes; y hay que darle total independencia a la Justicia, estipulando además por ley los fondos que ha de recibir anualmente de Estado para su funcionamiento. Y hay que modificar la ley electoral para que ningún partido tenga ventajas sobre los demás.
Lógicamente, hay que eliminar también toda la grasa del Estado, suprimiendo todos esos tenderetes, tan caros e inútiles para el contribuyente. Con ese dinero la Administración podría pagar a los acreedores y España comenzaría a funcionar.
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