Están vistas para sentencia las causas contra dos personajes singulares del panorama nacional. Ambos muestran su incomodidad ante el trance y con sus actitudes no demuestran tener fe en los tribunales que les juzgan. Y este detalle debe de asustar mucho a un pobre que esté intrigado por lo que ocurre en los juicios.
Francisco Camps sigue las sesiones con un libro entre las manos, y quiere que todo el mundo sepa qué libro está leyendo. El libro habla de Job. ¡Dios mío, cuanta paciencia ha de tener Camps! El niñato. No le han dejado arruinar del todo a la Comunidad Valenciana. Con lo poco que le faltaba. Y ahora dicen que lo han dejado solo los aduladores de antaño, incluido Esteban González Pons. Camps carga con todo, y todo por unos trajes. Los demás no tienen culpa. Lo único que hacían era obedecer. Y por eso siguen en el machito, por ser tan obedientes.
Lo de Garzón, Baltasar Garzón, tiene bemoles. ¡Mira que atreverse a juzgarle! ¡A él! ¡A Él! Como le condenen, recurrirá ante el tribunal de Estrasburgo, eso es seguro.
Por su parte, el periódico más importante de España, el guardián de las esencias democráticas, intenta influir para condenen a uno y absuelvan al otro.
Un pobre que vea lo que ocurre y se imagine ante los jueces ha de empezar a correr despavorido. Si estos personajes tan poderosos y que quizá han podido influir en las carreras de otros jueces no se fían de la justicia e intentan concitar adhesiones para impresionar a quienes les juzgan, ¿cómo ha de sentirse un pobre sin más defensa que su razón en el caso de que le tengan que juzgar? El tribunal puede fijarse en que, por mucha razón que tenga, está indefenso, de modo que puede condenarle tranquilamente. En España, un pobre puede ser barrido de un plumazo. Hace 500 años, hace 300, hace 80, hace 40, y hoy mismo. Y dicen que tenemos democracia.
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