miércoles, 23 de octubre de 2013

Se ríe la etarra, se ríe

Han soltado a la etarra, la han soltado. Y la etarra se ríe. La etarra no tiene en cuenta, porque en su cerebro no cabe el razonamiento, sino la barbarie, que si hubiera cometido sus fechorías en los países de esos jueces del TEDH que han decretado su libertad, no es probable que hubiera salido nunca de la cárcel.
Aunque habría que hacer una salvedad. En el país de uno de los diecisiete jueces sí. Concretamente, en el de Luis López Guerra, que curiosamente es el mismo que el de la etarra, España. Me gustaría preguntarle a este señor si siente algún tipo de simpatía por las víctimas del terrorismo. Si es capaz de ponerse en su lugar. Albert Boadella hubiera añadido la palabra concretamente.
La etarra se ríe porque la leyes de su país, que también es el mío, son muy humanitarias con los etarras, y bastante menos con sus víctimas. Y aún se queja y se burla la torpe. Intenta destruir un país cuyas leyes son muy complacientes con ella.
No me duele ser del mismo país que la etarra, porque nacer en su sitio no tiene ningún mérito. En todos los países del mundo hay canallas. En lo que depende de lo buscado voluntariamente, entre ella y yo hay un trecho insalvable. Por ella, claro. No puede dejar de ser una canalla. Lo prueba su alegría, tan alejada del arrepentimiento que debería mostrar si fuera una persona.
La casta política española ha hecho posible todo esto y me temo que su reacción va a ser la acostumbrada: se echarán las culpas unos a otros. Sólo les importan las repercusiones electorales de las cosas que ocurren. Tampoco se arrepentirán de no haberlo hecho bien. Saben que, electoralmente hablando, las víctimas del terrorismo no cuentan. Han desactivado, por otra parte, su influencia en la sociedad.
No me preocupa la risa de la etarra. Me preocuparía si se me contagiara.

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