sábado, 19 de octubre de 2013

No todas las monjas son como Forcades

Hay monjas que se dedican a la política. Y también hay quien ve la mano de Dios por todas partes. Tú no la ves, pero yo sí, me dicen. Tendré que ir al oculista, quizá. O a lo mejor no. ¿También está la mano de Dios detrás de la monja Forcades?
Hay monjas a las que les afecta la fiebre de la fama y lo dan todo por ella, ¿o quizá sea el asunto tan sencillo como que les gusta hacer el mal?
En cambio, en las páginas de El Mundo me he encontrado con una monja a la que no solamente le gusta hacer el bien, sino que sabe cómo hacerlo. Y además lo viene haciendo de un modo que no tiene repercusión mediática. La única recompensa que recibe es ver cómo sus esfuerzos logran resultados.
La monja se llama Adela Blanes, y el hecho de hoy salga en la prensa no va a evitar que mañana nadie se acuerde de ella, porque lo suyo no es la labor estruendosa, y estéril, por decirlo de modo suave, sino el bien hecho de forma callada y sumamente inteligente.
Pasa de los ochenta años y vive en un pueblo de Egipto. Comprendió que para cambiar a un pueblo hay que centrarse en las mujeres, que son las que están en casa todo el tiempo. Había que convencerlas de que tenían costumbres altamente nocivas. La de la ablación del clítoris, lo que las mujeres se casen siendo niñas. Etc.
Haber evitado una sola ablación ya justifica una vida. Haber evitado que una mujer se case a los once años ya justifica una vida. Si esta monja ha conseguido erradicar esas costumbres en un pueblo ya ha hecho bastante más por la humanidad que muchos de los que van presumiendo por el mundo.
No se nos da la vida para que logremos la fama.

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