martes, 26 de noviembre de 2013

A Ana Mato no le gusta un libro

Es difícil que pueda darse una democracia en donde no hay demócratas. En España, sin ir más lejos, las manifestaciones de fuerza son frecuentes. Los argumentos no se atienden y quienes necesitan confiar en la ley se sienten burlados a menudo.
El libro que ha motivado la protesta de Ana Mato no es de mi interés tampoco. Pero no parece contener ninguna ilegalidad. El acto de pedirle al obispo que lo ha editado que lo retire, sirviéndose para ello de su cargo ministerial, apunta a cacicada fallida, puesto que no parece que se le vaya a hacer caso.
Sin embargo, este episodio pone de manifiesto que va siendo hora de que el Estado reconsidere sus relaciones con la Iglesia Católica. Se le da un trato de favor, motivo por el cuál otras Iglesias también piden que se les reconozcan derechos y al final todas acaban abusando de los ciudadanos.
La Iglesia Católica de vez en cuando saca a sus fieles a la calle a manifestarse contra actuaciones legales del gobierno de turno. En la Iglesia Católica hay elementos tan funestos como Setién, Uriarte, Carles, Reig Pla, Martínez, Pardo, etc. Por no hablar de Rouco o Cañizares. O de Osoro.
Sería conveniente que el Estado se desentendiera totalmente de la Iglesia Católica. Es decir, que dejara de financiarla y de consentirle extralimitaciones. Los sucesivos presidentes del gobierno y sus ministros, a título personal, podrían seguir manteniendo sus vínculos con el credo religioso que gustaran, pero, obviamente, sin comprometer a los españoles.
El obispo está en su derecho de editar ese libro y si a Ana Mato no le parece bien lo que ha de hacer es investigar si incumple alguna ley. Y si no es el caso, consultar con sus compañeros de gabinete si convendría que la hubiera.

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