martes, 12 de noviembre de 2013

El ciego y la custodia compartida

Hay un niño de unos tres años al que de vez en cuando hay que llevar al servicio de Urgencias del hospital más cercano. El motivo es que tiene asma. Por la mañana y por la noche ha de llevar una pequeña mascarilla durante diez minutos, que hay que ponerle bien y llevar cuidado para que no se la quite, cosa que intenta hacer continuamente.
Hay medir la dosis de Ventolín y Budoestisona con una jeringuilla. Esta dosis se determina según la tos que tenga y los pitidos de su pecho. Si no se acierta, el niño se ahoga y hay que ir corriendo al hospital. A todo lo anterior, hay que añadir el carácter inquieto y aventurero del niño y su afición a llevarse cosas a la boca.
El padre de este niño se ha quedado ciego hace poco, pero una juez ha dictaminado que su ceguera no es óbice para otorgarle la custodia compartida. El hecho de que sea un ciego reciente indica que todavía no se ha adaptado totalmente a su nueva situación. Le quedan muchas cosas que aprender aún. Pero es que aunque estuviera adaptado resulta muy arriesgado dejar que cuide a solas del niño. Si no hubiera más remedio, habría que hacer de tripas corazón, pero es que la madre del pequeño tiene muy buena vista y está acostumbrada a tratarlo y a adivinar sus travesuras.
Lo políticamente correcto en estos tiempos actuales es dar por sentado que los ciegos son capaces de adaptarse a todo. Es de común conocimiento que, por lo general, cuando falla un sentido los demás tienden a agudizarse. En la gran novela El río que nos lleva, de José Luis Sampedro, hay un personaje ciego, que sirviéndose del olfato sabe si una mujer es virgen o no. Otros ciegos me han dicho que eso es imposible, pero al menos se puede admitir como posibilidad. Lo que es imposible es que un ciego haga milagros.
Como resumen, cabe decir que este hombre, con tal de fastidiar a su ex mujer pone en riesgo la vida de su hijo. La ley lo permite.

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