jueves, 14 de agosto de 2014

Tras la muerte de Miguel Pajares

Con respecto a la repatriación de Miguel Pajares se han escrito muchas cosas, algunas de ellas juiciosas y éstas son las que tenían que ver con el riesgo de que extienda el virus por España.
Pero aunque estas opiniones parezcan muy puestas en razón al final no tienen sentido, dado que el gobierno, en el uso de sus atribuciones, tomó la decisión. Llevado a cabo el traslado, no tiene sentido discutir si está bien o está mal. Si tuviera consecuencias no deseadas para la población, sería el momento de los reproches. No obstante, habida cuenta de la escasa afición por el riesgo de Rajoy, cabe suponer que en este caso tampoco ha corrido ninguno.
Otra vertiente del caso es la que tiene que ver con los desahogos que ha generado, que tampoco son tan ilógicos. Miguel Pajares fue una buena persona. Se preocupaba por el prójimo, aunque no lo conociera. Ese amor por el prójimo le llevó a arriesgar su vida, para que las personas con las que trataba no se sintieran abandonadas, o solas.
Esos gestos no se entienden en un mundo en el que al próximo se le examina para encontrarle defectos y machacarle, si se puede hacer sin riesgo. Porque esa es otra. Miguel Pajares arriesgó su vida, y la perdió, para que otros se sintieran queridos y respetados. Aquí se intenta matar metafóricamente al prójimo sin más riesgo que el derivado de que él se dé cuenta, y sufra. El sufrimiento que se le inflige al próximo alimenta el ego de los mediocres. Necesitan sentirse poderosos.
Para reconocer a una buena persona hay que ser buena persona. De ahí que no resulte extraño que se haya volcado tanta bilis en las redes. Cada uno da de sí lo que tiene. Es mejor callar los nombres de quienes se han exhibido tan impúdicamente.

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