Los políticos deben de creerse seres superiores, capacitados para indicarnos el camino que debemos seguir. Quizá las listas abiertas sirvieran para acabar con esto. No tendrían más remedio que ganarse a los votantes con su dedicación y no podrían dedicarse sólo a hacer la pelota a sus líderes. Porque quienes se creen superiores y pretenden guiarnos, en realidad, no son más que pelotas. Hubo uno que avisó de que quien se moviera no saldría en la foto y llegó el momento en que tuvo que rascarse y ese movimiento le valió para ser arrinconado también. Quien le sustituyó, como ocurre muchas veces, lo hizo bueno. Dicen que algunos de estos pelotas, sublimes guías de la humanidad, según ellos, se ha enriquecido. A mí no me molesta que alguien se enriquezca, si lo hace honradamente. La cuestión es que les molesta la libertad, puesto que ni hay listas abiertas, ni televisiones públicas al servicio de los ciudadanos, etc. Quienes no aman la libertad es evidente que ambicionan el poder. En lugar de trabajar por el ciudadano, intentan conservarlo o recuperarlo. Algunos creen que es suyo, sin caer en la cuenta de que es de ese pueblo que pretenden dirigir o utilizar para llegar hasta él. La actitud del gobierno de Aznar en relación con el atentado del 11 M en ningún momento fue correcta. ¿Qué más da si se sospechaba de ETA o no? Lo que ocurrió fue que los componentes de aquel gobierno pensaron más en sí mismos que en el pueblo al que se debían. Tampoco fue limpia la actitud del PSOE. Los electores tomaron su decisión, teniendo noticia de ambas cosas. Asunto, pues, terminado. No vale la pena insistir en la posible responsabilidad de ETA, porque de lo que se trata es que el gobierno no trasladó a la opinión pública los datos de los que disponía. Y no lo hizo porque anteriormente Aznar había hecho caso omiso de esa opinión pública al mandar las tropas a Iraq. Con el empecinamiento en sus tesis, el PP logra que José Blanco saque lo peor de sí mismo y así sucesivamente.
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