lunes, 16 de abril de 2007

Ibarretxe, ese vasco

La tarea de un gobernante, como casi todo el mundo sabe, consiste en procurar que los administrados se puedan desenvolver con armonía, con justicia, que puedan acceder al mercado del trabajo y que puedan acceder a una vivienda digna. Sin embargo, la prioridad de Ibarretxe es lograr la independencia del pueblo vasco. A tal fin tiene emprendida una tarea de adoctrinamiento, lo cuál es en sí mismo una falta de respeto a los ciudadanos. Pero si sólo fuera una falta de respeto, aún sería soportable la situación, pero es que el País Vasco quien no es nacionalista tiene difícil poder vivir en armonía con los demás. El nacionalismo no se puede defender teóricamente hoy en día. No tiene razón de ser. No obstante, puesto que hay muchos nacionalistas, han de haber partidos que representen a ese sector de la población. Los problemas vienen cuando sus líderes, al carecer de un discurso coherente, se dirigen a los sentimientos, tergiversando la historia sin miramientos ni escrúpulos de ninguna clase, y alimentan el odio hacia un enemigo imaginario, al que provocan para que se comporte como tal. Los nacionalismos, con el simple discurso teórico, que sí puede servir a otras formaciones políticas, no van a ninguna parte. La presión social se hace pues inevitable, para que sus dirigentes puedan acceder a las poltronas y perpetuarse en ellas. Una persona normal se compadece al ver a un ser sufriente, un niño muriendo de hambre en África, un preso político en Cuba, un padre de familia sin trabajo, un grupo de desesperados en una patera. Todos son seres humanos. Ibarretxe y sus similares nos catalogan como vascos, españoles, valencianos, castellanos, etc. Pero al final todos tenemos las mismas necesidades. Comer, dormir, luchar por la justicia, etc. Podría haberse preguntado Ibarretxe si en el caso de que no hubiera nacionalismo (o que ese nacionalismo no fuera tan agobiante) en el País Vasco existiría ETA. Si se hiciera esta pregunta quizá sentiría algo de vergüenza o algún remordimiento. Pero Ibarretxe se conoce que ha leído a los clásicos y sabe que el mejor modo de no tener remordimientos de conciencia consiste en no tener conciencia. ¿Cómo reprocharle tanta sabiduría?

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