domingo, 14 de octubre de 2007

Morir por las ideas

Por supuesto que nadie debería morir por sus ideas, ni estar dispuesto a ello tampoco. Pero eso es algo que no depende de uno. Sí, en cambio, lo opuesto, lo de matar por las ideas, algo que sólo puede hacer, evidentemente, quien no tiene ideas. Nadie debería morir por tener determinado pensamiento o por no ajustarlo a la doctrina oficial, pero abundan quienes se empeñan en obligar a comulgar con ruedas de molino. Puestos en el trance, conviene recordar que uno es lo que piensa Quien no tiene pensamiento, no es. Aceptar las ideas del matón de turno, para conseguir tranquilidad y, acaso, dinero y prestigio social es un mal negocio, puesto que renunciar al propio camino es peor que morir. Nadie debería aceptar una idea o una creencia que no proviniera de su propia meditación o razonamiento. Es correcto y necesario informarse, estudiar y preguntar, pero los frutos de ese esfuerzo luego deben ser incorporados libremente y sin esperar más beneficio que el moral, al propio pensamiento. No tener ideas propias y haber aceptado las de la tribu, por pereza o cobardía, conlleva pasar a formar parte del gremio de los que sustituyen las ideas por las ideologías, que por lo mismo se vuelven intolerantes y sufren angustiosamente cualquier nimiedad que afecte justa o injustamente a aquello bajo lo que se cobijan. Alguien sin ideas, no sólo es una persona a la que se le amputado lo principal, la capacidad de discurrir y de buscar la verdad, puesto que sólo admite una verdad, que es la que marca su dogma, sino que además es una persona que odia. Puesto que no quiere buscar la verdad, tampoco admite que otros lo hagan. Ya que no quiere ser libre y dejar que su cerebro siga a su razonamiento adonde quiera que le lleve, tampoco soporta que otros lo sean. Las personas mueren, pero las ideas quedan. Puesto en la tesitura de elegir entre que morir o renunciar a pensar, vale la pena lo primero.

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