martes, 26 de mayo de 2009

¿Hay que creer a Hermann Tertsch?

Por supuesto. Los poderosos españoles (incluidos los catalanes y los vascos, o ésos precisamente más que todos) están acostumbrados a mandar no sólo lo que hay que hacer, sino también lo que hay que pensar e incluso creer. De modo que cuando Hermann cuenta en su artículo de hoy que cuando trabajaba en El País se le acercó alguien, cuyo nombre no da, para avisarle de que había una denuncia anónima contra él y que lo denunciado era que había expresado en la televisión que tenía dudas sobre el atentado del 11-M, a cualquiera en este país nuestro, todavía llamado España, le parece creíble. Incluso aunque el hecho ocurra en ese periódico que se autoproclama paladín de la libertad.
La libertad a la que se refiere debe de ser la suya, para criticar a los que quiera, defender a los que le parece, mientras que cualquier español que abra los ojos se da cuenta de que la irresponsabilidad de la clase política es general, no se circunscribe a aquellos que señala el dedo de El País, sino que pudiera ser que al señalar a unos trate de ocultar cosas más graves de otros.
Por otro lado, ¿cómo no dudar sobre el trasfondo del atentado del 11-M? Yo no voy a dudar de la honradez ni del celo profesional de quienes instruyeron la causa ni de quienes la juzgaron. Incluso aunque hubieran hecho una labor brillante tanto unos como otros, cosa que podría ser, aunque yo eso no lo sé, el trasfondo del atentado seguiría suscitando dudas. Ni aún poniendo todo el empeño y todos los medios cabe asegurar que el equipo instructor haya podido atar todos los cabos. Ha podido reunir un cúmulo de pruebas y habrá tenido que desechar aquello sobre lo que no haya podido obtener ninguna prueba.
Lo que cuenta Hermann Tertsch nos da la medida de nuestra democracia. Nos queda mucho camino por recorrer.

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