Un nuevo ejemplo de la visión interesada de las cosas es el de Antoni Puigverd, en su artículo titulado Peregrinajes vascos, que publica La Vanguardia en su edición de hoy. Tal y como él mismo deja entrever en el artículo citado, fue Ibarretxe el artífice de la situación actual. Pero el bueno del articulista -que a lo mejor, y para no estar fuera de la moda, se declara anti taurino- da una larga cambiada –o sea, una suerte taurina- y explica que Ibarretxe, con su actitud, permitió que Mayor Oreja tomara la iniciativa y creara una trinchera propia.
No cabe más que decir que ya son ganas ésas de ver las cosas como se quieren ver. Y encima tratar de colárselas a la opinión pública. Las cosas, por mucho que se intenten disfrazar, son como son. La presión nacionalista es tan agobiante que, por fuerza, ha de generar un movimiento de autodefensa. Ceder a los requerimientos de los nacionalistas, aceptar sus embates, equivale a infantilizarse.
Se habla en el artículo de las víctimas del terrorismo, que lo son precisamente –o, al menos, esa es la excusa oficial-, del odio a España por parte de una banda criminal que el anterior gobierno vasco no erradicó y que se espera que se extinga, por fin, con el nuevo. Puesto que el odio a España se ha materializado en sus personas lo justo es que España trate de resarcirlas en la medida de lo posible. Todas las personas de bien deberían haberse sentido atacadas cada vez que se ha producido un atentado.
Dice también Puigverd que el sentimiento que capta en el “templo” de la “patria” española (los entrecomillados son míos), no es aséptico sino emocional. ¿Y quiénes han traído lo emocional a España? ¿Y cuántos se pasan todo el día arrodillados en sus propios templos?
No cabe más que decir que ya son ganas ésas de ver las cosas como se quieren ver. Y encima tratar de colárselas a la opinión pública. Las cosas, por mucho que se intenten disfrazar, son como son. La presión nacionalista es tan agobiante que, por fuerza, ha de generar un movimiento de autodefensa. Ceder a los requerimientos de los nacionalistas, aceptar sus embates, equivale a infantilizarse.
Se habla en el artículo de las víctimas del terrorismo, que lo son precisamente –o, al menos, esa es la excusa oficial-, del odio a España por parte de una banda criminal que el anterior gobierno vasco no erradicó y que se espera que se extinga, por fin, con el nuevo. Puesto que el odio a España se ha materializado en sus personas lo justo es que España trate de resarcirlas en la medida de lo posible. Todas las personas de bien deberían haberse sentido atacadas cada vez que se ha producido un atentado.
Dice también Puigverd que el sentimiento que capta en el “templo” de la “patria” española (los entrecomillados son míos), no es aséptico sino emocional. ¿Y quiénes han traído lo emocional a España? ¿Y cuántos se pasan todo el día arrodillados en sus propios templos?
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