Una burrada es una burrada, la diga Miss Panamá o la diga Martin Amis, sólo que es más disculpable en caso de la Miss, aunque ésta suscite más carcajadas. Pretender que una nación le deba algo a una banda terrorista es demencial. Algo que no se puede concebir salvo que quien lo piense haya tomado cualquier cosa antes. Y encima que el favor que se debe sea precisamente un atentado terrorista.
Si los españoles tuviéramos que agradecerle a ETA el asesinato de Carrero Blanco sería cosa de correr a cambiar de nacionalidad. Se trata de una idea que nos deja a todos a tal altura que más vale no seguir esta senda del razonamiento. Todos los caminos son aberrantes.
Las circunstancias que concurrieron en torno a la preparación del atentado y su propia ejecución están llenas de interrogantes de todo tipo, con lo que probablemente se ha desbordado la imaginación del escritor en un momento en el que su sensibilidad estaba claramente anestesiada.
Es cierto que dadas nuestras particulares circunstancias históricas no son muchos los periodos democráticos de los que podemos presumir. Pero también lo es que nuestro anhelo por alcanzar la democracia es antiguo, de modo que un día u otro lo tendremos que conseguir (sobre este anhelo pasan nuestros políticos actuales, ignorándolo y pisoteándolo, para embaucarnos con cosas irrelevantes, pero que a ellos les permiten medrar, hasta alcanzar una relevancia social desproporcionada para sus méritos y aptitudes).
Nadie sabe lo que hubiera ocurrido de vivir Carrero Blanco y tampoco merece la pena detenerse a pensarlo, dado que no hay modo alguno de comprobar la exactitud de lo pensado. Pero hay dos cosas total y absolutamente ciertas: los españoles queremos la democracia desde hace muchos decenios y ETA es una banda criminal desde su nacimiento. Ojalá no hubiera existido ETA jamás.
Si los españoles tuviéramos que agradecerle a ETA el asesinato de Carrero Blanco sería cosa de correr a cambiar de nacionalidad. Se trata de una idea que nos deja a todos a tal altura que más vale no seguir esta senda del razonamiento. Todos los caminos son aberrantes.
Las circunstancias que concurrieron en torno a la preparación del atentado y su propia ejecución están llenas de interrogantes de todo tipo, con lo que probablemente se ha desbordado la imaginación del escritor en un momento en el que su sensibilidad estaba claramente anestesiada.
Es cierto que dadas nuestras particulares circunstancias históricas no son muchos los periodos democráticos de los que podemos presumir. Pero también lo es que nuestro anhelo por alcanzar la democracia es antiguo, de modo que un día u otro lo tendremos que conseguir (sobre este anhelo pasan nuestros políticos actuales, ignorándolo y pisoteándolo, para embaucarnos con cosas irrelevantes, pero que a ellos les permiten medrar, hasta alcanzar una relevancia social desproporcionada para sus méritos y aptitudes).
Nadie sabe lo que hubiera ocurrido de vivir Carrero Blanco y tampoco merece la pena detenerse a pensarlo, dado que no hay modo alguno de comprobar la exactitud de lo pensado. Pero hay dos cosas total y absolutamente ciertas: los españoles queremos la democracia desde hace muchos decenios y ETA es una banda criminal desde su nacimiento. Ojalá no hubiera existido ETA jamás.
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