Los españoles son conscientes de que no es probable que haya en España un terremoto de grado 9, cosa en la que tampoco pensaban los japoneses, a pesar de que la suya es una zona sísmica. Y de lo que están absolutamente seguros es de que no va a haber un tsunami por estos lares. Por esos motivos lo ocurrido en Japón no ha modificado sustancialmente la opinión pública sobre las nucleares.
Motiva una sonrisa el hecho de que casi nadie quiera a las centrales nucleares cerca de donde vive, cosa que es un contrasentido. Quienes están a favor de ellas deben aceptarlas en los lugares que señalen los técnicos. Por otro lado, el empate técnico entre los que están a favor y los que están en contra sugiere que ello podría tener connotaciones políticas, puesto que muchos asumirían la postura del partido al que votan.
Da un poco que pensar el hecho de que sea la izquierda la que está en contra de las centrales nucleares. Los ricos que viven en casas unifamiliares pueden abastecerse total o parcialmente de electricidad, mediante la instalación de paneles solares u otros artilugios en sus predios. Para los casi cinco millones de parados, los pensionistas y los mileuristas el tsunami viene a ser la factura mensual de la luz. ¿Quién mira por ellos?
Ángela Vallvey puede soñar con el color verde, tiene un futuro prometedor. Pero el parado de 50 años quizá tenga pesadillas cada vez que tenga que utilizar un aparato eléctrico, porque sabe que luego vendrá el recibo de la luz. Irene Lozano puede escribir que no deben ser los técnicos los que tomen decisiones sobre el particular, sino los políticos. Pero los técnicos son quienes más preparación tienen y mejor pueden interpretar los datos de que se disponga. Ocurre que el cada vez más numeroso gestor de los desfavorecidos es, lógicamente, el menos instruido del país y por tanto el más fácil de manipular. Se puede convencer a muchos de ellos para que voten en contra de sus intereses.
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