No tienen nada más que hacer los obispos catalanes que excomulgar curas, quizá caritativos, y sumarse a lo que Mario Vargas Llosa llamó la plaga nacionalista que ha llenado de sangre la historia. Se conoce que al papa de Roma, que por la puerta asoma no le importa que los curas y los obispos no se dediquen a lo que les sería propio, o sea, predicar el Evangelio, porque lo único que se conoce que le importa es la Cuenta de Resultados. Hay que estar a bien con el poder, el que haya en cada lugar.
Cuando se reúnen los obispos, se cierne un peligro grande sobre los ciudadanos. Esperar algo bueno de esas reuniones es propio de gentes cándidas. Es difícil que hagan algo de forma desinteresada, siquiera sea aparentemente. Dominan muy bien el arte de los gestos teatrales, de los ropajes solemnes, de la ocultación de las verdaderas intenciones. Sin olvidar tampoco que este papa actual, al que algunos presentan como una luminaria, hace cardenales a los más pelotas. Que a la Iglesia Romana le gusta la política es evidente, no hay más que fijarse en las prisas con las que ha canonizado o quiere canonizar a ciertos personajes, cuyos méritos, al menos en algún caso, como en el fundador del Opus Dei, son bastante dudosos. ¿Es que no había bastantes santos ya?
Los curas de alta graduación catalanes, o sea los obispos catalanes, han elaborado un documento en el que reconocen los rasgos nacionales propios de Cataluña. ¿Y para decir algo que probablemente también asumen un número considerable de putas de Cataluña, de repartidores de pizza, o de funcionarios públicos se han reunido? Pues no. Se trataba además de urdir textos farisaicos, como el que se refiere a la forma de relacionarse con los pueblos “hermanos” de España. Hay que señalar que todos estos individuos han actuado en este caso como una piña. Y el papa, en Roma.
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