Según informa El Periódico, el sacerdote Manuel Pousa ha sido encausado por haber confesado públicamente que ha costeado de su bolsillo uno o más abortos a mujeres en situación de extrema necesidad. Las previsiones, al parecer, son que primero se le excomulgue y que tiempo más tarde se le levante el castigo.
Se desprende de esta noticia que si hubiera guardado silencio hipócritamente sobre sus actos no hubiera sido castigado. Se pasa por alto que en nuestra forma de vida actual, a la que indudablemente ha contribuido la Iglesia Católica, cuya presencia en la vida de algunos países llega a ser agobiante a veces, hace muy difícil la vida en el caso de que se tenga un hijo. El aborto no siempre es un capricho, algunas mujeres pueden plantearse la vida en el caso de que tengan el hijo que esperan y verla tan llena de dificultades y complicaciones que les parezca imposible.
No es frecuente, por otra parte, que la Iglesia excomulgue a alguien en estos tiempos que corren. Se ha echado en falta, por ejemplo, que excomulgara a Setién, que no era cura, sino obispo, o sea que su responsabilidad era mayor. Setién y su sucesor Uriarte, otro que tal, tienen más simpatías entre los proetarras que entre las víctimas del terrorismo sin que al papa de turno le caiga la cara de vergüenza. Hay curas y obispos afectos a lo que Mario Vargas Llosa, con muy buen criterio, ha llamado la plaga nacionalista, sin que en el Vaticano se disparen las alarmas. ¿Qué tiene que ver la religión con la política y más concretamente con el nacionalismo? Lo propio de los nacionalismos es cultivar el egoísmo, y eso no le sabe mal al Vaticano. Pero si un cura se apiada de una mujer, o de varias mujeres, que miran con angustia su porvenir y las ayuda del modo que ellas quieren ser ayudadas, se gana la excomunión. Recomiendo al Vaticano que lea Vidas rotas y Mal consentido.
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