Se trata del soldado al que se acusa de haber filtrado los documentos a WikiLeaks, y cuyo abogado denuncia que es sometido a diversas vejaciones. Por parte de la cárcel se afirma que dicha medida no es punitiva, aunque reconoce que se ha tomado varias veces.
En su celda, el preso es observado directamente y también a través de las cámaras que hay instaladas. Amnistía Internacional también ha tomado cartas en el asunto, puesto que, de forma improcedente, según esa organización, se encuentra en custodia máxima, lo que significa que lo tienen encadenado por las muñecas y los tobillos, sin mobiliario y sobre el colchón desnudo. Cabe la posibilidad, además, de que sea condenado a la pena de muerte.
Son cosas desorbitadas todas estas. Está bien que si cometió un delito y se puede probar que sufra una pena apropiada, que en ningún caso debería ser la cadena perpetua y mucho menos la pena de muerte. El hecho de que haya revelado esos documentos es una falta todo lo grave que se quiera, pero parece evidente que no debería haber tenido la posibilidad de hacerlo. Los responsables de que esos documentos estuvieran al alcance de Bradley Manning y de que pudiera hacerlos llegar a WikiLeaks tienen tanta culpa como él. Y también deberían estar en la cárcel en espera de juicio por negligentes.
Aparte de todo lo anterior, un preso también tiene derechos. A mí no me gustaría que a los etarras encarcelados se les tratara de esa manera, como tampoco me gusta que disfruten de privilegios. Una sociedad que se respete a sí misma debe tratar a sus presos con idéntico respeto. Tratarles como si fueran animales no conduce a nada más que a rebajar la citada sociedad. La pena de muerte es otra atrocidad. Es ponerse a la misma altura del delincuente al que se pretende castigar.
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