jueves, 10 de noviembre de 2011

Corruto

El conocido como Pepiño es uno de esos especímenes humanos que se creen con derecho a inventar palabras, como aquel que trastocó influir por influenciar. Algunas de las palabras que están en el haber de Pepiño son corruto y conceto.
En realidad, no son inventos suyos, sino que ya venían de antes, pero él les ha dado rango ministerial. Creo que a esas alturas no habían llegado nunca. Lo que ocurre es que se sirve del verbo influenciar tiene la sensación (pobrecito del alma) de que está empleando un cultismo, e incluso puede que engole la voz al decirlo, pero quienes caen el corruto o conceto, se sienten como catetos. Eso, por lo general. No voy a decir que ese es el caso de Pepiño, Dios me libre. Pepiño es ministro, por la gracia de Zapatero. Y bien que nos viene haciendo reír.
Lo cierto es que a Pepiño le queda poco, quizá menos de lo que calculaba él, porque tiene cierto problema relacionado con una gasolinera y Rubalcaba quizá quiera salvar los muebles.
A Pepiño le queda poco, pero los ciudadanos podemos tener por casi seguro que en el gobierno entrante habrá un equivalente suyo, un sucedáneo, por así decirlo. Un personaje huero y con tendencia a esparcir tinta de calamar, para que nadie se entere de lo que pasa. Pienso, obviamente, en González Pons (y me entra un escalofrío, cuando lo hago). ¡Santo cielo! Esperemos que Rajoy nos evite este trago. En el PP debe de haber gente capaz de respetar a los contribuyentes.
A Pepiño, azote de los corrutos (él sabrá lo que es un corruto, desde luego no se tiene por tal), lo han visto en una gasolinera, con su coche de ministro, que lo llevaba puesto, y por ahí se ha visto con alguien. Dos de los implicados han dimitido, pero él no. Él no quiere dimitir. Ya se ríen hasta los que antes lo tomaban en serio.

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