Esta es una frase, sacada, obviamente, de contexto, que viene a resumir la situación política española. Porque lo cierto es que ambos candidatos tienen bastantes cosas en común, y no sólo las barbas y las parecidas edades.
Los dos poseen idéntica ambición, cosa que les ha permitido aguantar carros y carretas en sus respectivos partidos. Ambos adoptan actitudes catalogadas como de segundones o perdedores, y sin embargo son los dos finalistas. Rajoy, que hasta hace poco no ha tenido el dominio de su partido, sino más bien al contrario, porque durante buena parte de su liderazgo tuvo que ir a remolque de otros, aunque de mala gana, nunca se atrevió a dar un puñetazo sobre la mesa, por si le salía mal. Incluso ahora que las encuestas le dan como ganador indiscutible, no las tiene todas consigo. Sigue sin atreverse a decir una palabra más alta que otra, no vaya a ser que lo eche todo a rodar.
A Rubalcaba tampoco le apetece jugarse el todo por el todo. Quizá por eso se quede en las puertas de su anhelo: la presidencia del gobierno. Pudo y debió haberlo conseguido en el mismo momento en que fue nombrado vicepresidente. Podía haberse plantado y haber dicho o todo o nada. Si Zapatero le nombró vicepresidente es porque no tenía otra opción. Y si Rubalcaba le hubiera exigido la presidencia, no hubiera tenido más remedio que dársela. Quizá concurrieron dos circunstancias en el ánimo de Rubalcaba: por un lado, tuvo miedo de perder; por el otro, menospreció a Zapatero y pensó que de todos modos lo tenía en sus manos. Pues no, Zapatero sigue teniendo la manija del partido, para entregársela a quien él quiera, y Rubalcaba se encamina hacia una derrota de tal calibre que le imposibilitará conseguir el control del PSOE, que es a lo que aspira. Ni ha conseguido imponerse a Zapatero, ni ha logrado dejar de ser segundón de Felipe González.
Sería bueno, por otro lado, que se olvidaran las descalificaciones personales, porque por ese camino va a ser muy difícil superar la grave situación que vivimos, causada principalmente por la ineficiencia de nuestras clases dirigentes, que, como colofón, se intercambian insidias y menosprecios.
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