Benedicto XVI ha recuperado el infierno, lo que a simple vista no parece muy sano. El temor nunca conduce a nada bueno. El ser humano, a su nacimiento, tiene ante sí unos horizontes grandiosos. No se trata de hermosas palabras, sino de una constatación. En la historia hay muchos ejemplos que lo demuestran. La libertad con la que nace el ser humano, o que le ha sido conferida a su nacimiento, es imprescindible para ir en busca de esos horizontes. Es evidente que quien se lastra con ambiciones o actitudes mezquinas no puede volar muy alto. Por tanto, más que dar miedo, lo que parece conveniente es infundir valor. Por otro lado, no parece probable que Dios, en el caso de exista, sea capricho y premie a quienes le hayan hecho la pelota.
El infierno físico parece difícil de imaginar y también la finalidad que puede tener. Por malo que sea un ser humano, y también hay numerosos ejemplos, al final no dejaría de ser alguien desprevenido o acobardado, para quien ese infierno que nos dicen sería un castigo desproporcionado. Más fácil resulta imaginar que al llegar al otro mundo cada uno se ve a sí mismo como comúnmente se piensa que nos ve Dios. En este mundo de nuestros pecados cada uno se ve a sí mismo como puede. Quien es valeroso puede lograr una idea de sí más aproximada a la realidad que un timorato. Evidentemente, para algunos, como los etarras y adheridos, resulta imposible verse como son.
¿Qué ocurriría si al llegar a la eternidad el Santo Padre viera con total fidelidad los motivos por los que permitió que le llenasen de lujo la habitación que iba a utilizar una sola noche en Valencia? ¿Qué le parecería el palco VIP en el que algunos siguieron la misa que celebró el Papa en Valencia?
Si la gente necesita engañarse a sí misma para poder vivir, ¿qué ocurriría si no pudiera hacerlo?
El infierno físico parece difícil de imaginar y también la finalidad que puede tener. Por malo que sea un ser humano, y también hay numerosos ejemplos, al final no dejaría de ser alguien desprevenido o acobardado, para quien ese infierno que nos dicen sería un castigo desproporcionado. Más fácil resulta imaginar que al llegar al otro mundo cada uno se ve a sí mismo como comúnmente se piensa que nos ve Dios. En este mundo de nuestros pecados cada uno se ve a sí mismo como puede. Quien es valeroso puede lograr una idea de sí más aproximada a la realidad que un timorato. Evidentemente, para algunos, como los etarras y adheridos, resulta imposible verse como son.
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